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FAN FICTION: "REINA" (QUEEN) |
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Esta historia ha sido traducida íntegramente por el Equipo Canalla de Xenafanfics, y cuenta con el permiso de la autora para su publicación. Si quieres dar tu opinión sobre la misma, hacer algún comentario o recibir información sobre la actividad de nuestro grupo de traducción de fan fictions de Xena, Warrior Princess, escribe un e-mail a: xenafanfics@hotmail.com o visita nuestra página web en : http://www12.brinkster.com/xenafanfics/ Descargos:
La siguiente historia contiene temas para adultos que implican
relaciones sexuales explícitas y voluntarias entre dos personas adultas
del mismo sexo. Si tienes menos de 18 años o la lectura de este
material es ilegal en el lugar en que vives, por favor no sigas
adelante. El autor y la persona que mantiene la página web en la cual
se encuentra este trabajo, no aceptan ninguna responsabilidad legal
derivada del incumplimiento de esta advertencia. Los personajes de Xena y Gabrielle son propiedad de MCA/Universal y Renaissance. Aquí no son utilizados con ánimo de lucro o con la intención de infringir sus derechos de autor. El resto de la historia es de mi propiedad (fechada el 10 de febrero de 1998 por L.N. James). Ningún aspecto original de esta historia podrá ser usado en cualquier otro sitio sin el previo consentimiento por escrito del autor. La historia no podrá ser alterada de ninguna forma y esta información sobre los derechos de autor debe siempre aparecer junto a la obra. Quisiera agradecer a las chicas del Whoa Howdy su infinita paciencia, sus ánimos y su colaboración en todo lo concerniente a Queen. También quiero dar las gracias a mi maravilloso editor, cuyas sugerencias realmente me facilitaron mucho las cosas. Aquí está mi Inspiración. Reina (Queen)
por
L.N. James lnjames@squonk.net
Una ligera brisa
primaveral extendía el perfume de las primeras flores por todo el
camino hacia Atenas. El verdor rodeaba a las viajeras por ambos lados,
hasta donde alcanzaba la vista. A pesar de lo soleado del día, el tráfico
era muy escaso en esa ruta, y el camino apenas si era capaz de permitir
el paso de dos personas una al lado de otra, y mucho menos el de una
carreta. Se trataba de un camino secundario hasta el interior de la
ciudad, mucho más seguro y privado que algunos de los principales. A
veces, se agradecía contar con eso. ¾¡De eso nada! ¡Cinco dinares dicen que soy capaz! Las cejas de Gabrielle
se elevaron de forma desafiante hacia Xena, sonriendo descaradamente.
Deteniéndose, ésta apoyó una mano sobre su cadera cubierta de cuero y
devolvió a su amante otra visiblemente irónica. Mientras, Argo
aprovechó la improvisada pausa para mordisquear un poco de la dulce
hierba que creía a lo largo del camino. ¾Gabrielle, no tendrás cinco dinares que darme cuando gane. Apoyándose en su
cayado, la bardo levantó una mano y apuntó con un dedo hacia la
guerrera, desplegando sus astutas habilidades para salirse con la suya. ¾Ah, estás asustada. Siempre te sale esa sonrisa irónica cuando
sabes que tengo razón. Los azules ojos de Xena
brillaron al mirar a la bardo mientras sonreía. La luz del sol se filtró
a través de los árboles y de algún modo alcanzó la sedosa claridad
del pelo de Gabrielle, que se apareció como hilos de oro a los ojos de
la guerrera (y no es que nunca los hubiera llamado así, claro). La
bardo permaneció de pie frente a Xena, mirándola de igual a igual. Los
lisos músculos que se dibujaban sobre el vientre de Gabrielle eran
suficiente para distraer a Xena en el supuesto caso de que ella lo
permitiera. Por supuesto, la guerrera ya se había mostrado profunda y
repetidamente interesada en todas y cada una de las demás partes del
cuerpo de la bardo en el pasado. Pero en ese momento, Xena se encontraba cautivada por la más condenadamente
elegante mueca sobre el puente de la nariz de Gabrielle que hubiese
visto, la que siempre aparecía junto a su sonrisa. Absolutamente
deliciosa. ¾Gabrielle, lamento desilusionarte, pero nadie va a creérselo, lo
siento. Tal vez lo harían si fuera al contrario... La bardo entrecerró los
ojos y se acercó aún más a Xena, sustituyendo su expresión por otra
escrutadora. A pesar de lo intimidatoria que la princesa guerrera
pudiera ser para otras personas, Xena se había dejado controlar
ligeramente por una tenaz, valiente y digna de confianza bardo de
Potedaia. Por supuesto, hasta dónde llegaba ese control era otra cuestión. ¾Tienes miedo, ¿verdad? La guerrera soltó una
risita y miró por encima del hombro de la bardo, ajustándose el peto
con un encogimiento de hombros. ¾Apenas. Gabrielle sonrió
mientras elevaba su mano hasta el cálido cuero que cubría la cadera de
Xena, acariciándolo suavemente con los dedos. La presión provocó que
los ojos de la guerrera se dirigieran de nuevo hacia el rostro de
Gabrielle y miraran con intensidad a su hermosa compañera. Con suaves
palabras, la bardo contempló el interior de sus azules ojos. ¾Veamos si alguien cree que eres mi esclava. Si lo hacen, bueno,
entonces cinco dinares es un precio muy bajo a pagar. Xena sonrió y se inclinó
hacia ella, dejando sus caras a unos pocos centímetros de distancia. ¾¿Y si yo tengo razón y no lo creen? Gabrielle tiró de ella,
se presionó con más fuerza contra sus caderas, le sostuvo la mirada y
habló con voz baja y seductora. ¾Entonces tendrás... cualquier cosa... que desees, guerrera. Quedaron en silencio un
momento, mientras sus miradas se atrapaban mutuamente. La proximidad de
ambos cuerpos provocó que el olor del cuero y
la fragancia de la bergamota se entremezclaran. Con un leve
asentimiento, Xena mostró su conformidad, y una de las cejas de la
bardo se elevó al tiempo que sonreía. Si Gabrielle hubiera querido,
podría haber exigido ya un dinar por esa pequeña victoria. Sin
embargo, supuso que era justo, especialmente sabiendo que tenía a Xena
en la palma de la mano. Por supuesto, eso no significaba que no fuese así
también al contrario, porque lo era. De hecho ambas, guerrera y bardo,
estaban tan estrechamente unidas que ninguna tenía pensado soltarse en
mucho tiempo. Sin embargo, les gustaba jugar tal y como lo hacían los
amantes, y algunas veces forzaban ciertos límites, sólo para ver qué
pasaba. Apartándose de la
guerrera, Gabrielle se giró y echó a andar hacia Atenas sin mirar atrás.
Con una sonrisa, Xena agarró las riendas de Argo y la siguió, jugando
con la idea de que alguien pudiera tomarla por esclava de Gabrielle. Era
absurdo. Absolutamente increíble.
¡Ja Ja! Xena había mirado a la
bardo desde cierta distancia mientras viajaban hacia Atenas, pero ni una
sola vez ella le prestó atención ni hizo amago de esperarla. Todo lo
que Xena podía ver era el balanceo de las caderas de Gabrielle mientras
su figura se movía casi... regiamente frente a ella. El caminar de la
bardo era decidido y suave, y daba cada paso con la elegancia de una
Reina Amazona. Pero era el condenado modo en que la falda de Gabrielle
crujía y cómo la columna de músculos de la parte baja de su espalda
se flexionaba con cada paso lo que hizo a Xena reconsiderar su apuesta.
Si tuviera que servir a alguien, esa sería Gabrielle. Una vez en la ciudad,
Gabrielle fue directamente hacia una taberna ubicada en una de las
calles principales de la ciudad. Sonriendo, Xena reconoció el lugar
inmediatamente. Se habían hospedado allí durante el Festival de
Dionisos, ya que sus amigas Diana y Trista regentaban la taberna y la
posada. Buena elección. Parecía que Gabrielle pretendía inclinar la
balanza a su favor, y qué mejor modo de hacerlo que elegir un lugar
seguro, familiar. Xena no tenia ni la menor idea de a cuántas personas
necesitaría convencer, pero de lo que sí estaba segura era de que sus
amigas no iban a encontrarse entre ellas. Con una sonrisa, Xena llevó a
Argo hasta el establo y decidió hacer esperar a la bardo mientras ella
cepillaba cuidadosamente a la yegua, empleando en ello casi una marca de
vela. Gabrielle no salió ni una sola vez a ver qué hacía, y la
guerrera tuvo tiempo de reflexionar en la silenciosa cuadra. Muchas cosas habían
cambiado en su vida desde que Gabrielle había llegado a ella. De hecho,
a pesar de los malos momentos, nunca se había sentido más feliz. Era
un poco extraño creer que alguna vez tendría la posibilidad de
sentirse así, dado que su propia juventud había estado llena de tanta
oscuridad. No era sencillo enfrentarse con un pasado que parecía salir
a la luz allá donde fuesen. De cualquier forma, con la aceptación y el
amor de la bardo, Xena sentía que sería capaz de adaptarse y dejar
todo eso atrás. Mejor aún, con Gabrielle, la guerrera era capaz de
contemplar un presente y un futuro que, a pesar de los inesperados
reveses de la vida, se verían por fin llenos con la luz del amor de la
bardo. Xena sonrió al inclinarse sobre Argo y palmearle el flanco. ¾Tiene algo, ¿verdad, chica? Argo resopló y sacudió
ligeramente la cola mientras Xena le sonreía. Caminando hacia la puerta
de la cuadra, la guerrera se preparó para descubrir lo que su “lo que
fuese” tenía planeado para ella. Tal vez jugase un poco más con
Gabrielle sólo por hacerla feliz porque, la verdad, era increíble que
ella fuese su esclava. Después de todo
- Xena se estiró para alcanzar toda su altura, ciñó la vaina
de cuero contra su espalda y acomodó su chakram -
ella era La Princesa
Guerrera, ¿o no? Una marca de vela más
tarde, Xena seguía sentada en la barra, saboreando su cerveza. Había
estado un rato charlando con las dueñas del local, amigas desde hacía
ya tiempo. La taberna de la posada estaba a rebosar, llena en su mayoría
por mujeres, como Xena pudo comprobar. No era sin embargo algo
sorprendente, dado quién la dirigía y el hecho de que su encantadora
reputación se había extendido por los círculos de amazonas, entre
otros. Había rumores de que incluso Safo había pasado allí una
tranquila noche, algo sorprendente dada la extrovertida personalidad de
la poetisa. Sin embargo las habitaciones eran escasas, no más de 10
cuartos para huéspedes, de manera que la mayor parte del negocio de la
taberna provenía de aquellos que se detenían simplemente por la fantástica
comida que Diana cocinaba. Aunque conocía a las dueñas, Atenas era un
lugar enorme y la fama de Xena pasó casi inadvertida en la estancia.
Había tantas mujeres guerreras en el lugar que una más tenía la misma
importancia que un sombrero viejo. Con otro trago de su
cerveza, Xena resistió el impulso de investigar dónde había ido
Gabrielle y qué estaba tramando. Esperaría, sólo por educación. No
quería descubrir y echar por tierra los planes de la bardo. Después de
todo, Xena era, más que ninguna otra cosa, justa; y tenía toda la
intención de permitir a Gabrielle convencer a esa multitud de que era
la dueña absoluta de la princesa guerrera. Una ligera sonrisa cruzó
los labios de la guerrera. Era casi demasiado ilógico como para
considerarlo siquiera, pero Xena estaba de buen humor esa noche. Su
viaje hasta aquí había sido agradable y los asuntos que habían tenido
que atender (simplemente depositar algunos de los pergaminos de
Gabrielle en la Academia para su conservación) apenas entrañaron
peligro. De hecho, la guerrera se estaba planteando, mientras estiraba
las piernas y las volvía a colocar sobre su taburete, que el pasar un
par de noches en Atenas sonaba francamente relajante y tentador. Con ese
pensamiento, Xena se llevó de nuevo la copa a sus labios y comenzó a
beber. De pronto, las voces y
risas que habían llenado la taberna hasta ese momento dieron paso a un
abrupto parón: un silencio
sepulcral seguido de varios gritos sofocados. Todos los ojos se
dirigieron hacia las escaleras y Xena giró también hacia allí su
mirada. Distraídamente, dejó su cerveza y simplemente observó junto
al resto de la sala. Caminando despacio y
bajando los escalones con grandiosidad, Gabrielle era la imagen de la
perfección, era La Reina Amazona. Con una leve elevación de su
barbilla, Gabrielle se detuvo sobre el escalón más bajo y permaneció
de pie, absorbiendo la mirada de toda la habitación con una
indiferencia casi regia, pero transmitiendo al mismo tiempo que
apreciaba a todos y cada uno de sus ocupantes. Iba vestida con los
mismos atuendos reales que llevó la última vez que estuvo con las
amazonas, cuando recibió la máscara de Reina. Su aspecto era
sencillamente majestuoso. Alrededor de su cuello, llevaba un collar de
delicadas plumas y su pelo estaba recogido en la parte de atrás por una
zigzagueante banda marrón, de forma que unas pocas trenzas quedaban
entrelazadas con la seda dorada. Su top de ante parduzco y puntadas brillantes formaba remolinos en un
sencillo pero impresionante modelo.
Afortunadamente, esta particular forma de vestir entrañaba menos
material que su traje habitual y así la extensión de los músculos de
su abdomen quedaba deliciosamente expuesta. Colgando de sus caderas, el
elaborado cinturón de amazona sujetaba su falda, en la cual plumas,
joyas e hilo dorado formaban delante un diseño en V y mantenía las
diferentes capas de la falda en su lugar. Apenas visibles, los lados de
la falda estaban cortados por encima de sus muslos y una pieza de tela púrpura
oscuro caía por debajo. A lo largo de sus brazos se había colocado los
tradicionales guanteletes de amazona, de cuero oscuro tejido y adornado
con plumas y ornamentos artesanos de bronce. Sobre su bícep izquierdo
se situaba un simple brazalete, rodeando los firmes músculos que
Gabrielle había desarrollado, y que también estaba hecho a mano con
plumas y metal. Finalmente, y de mayor importancia, estaba la hombrera
de Reina, sobre su brazo derecho. Prendido del tirante del top,
el metal se moldeaba en forma de curvas y adornos que lo sujetaban al
brazalete. Este único emblema (junto con la máscara que había sido
destruida) simbolizaba el título y la posición de Gabrielle como Reina
de las Amazonas. Y, en ese momento, de pie en aquella posada, Gabrielle
era efectivamente, La Reina. Detrás de Gabrielle,
sobre los escalones, se erguían dos hermosas y fuertes amazonas armadas
con lanzas, que observaban a todo el mundo como si fueran a dar sus
vidas para defender a esa reina. En verdad, así habría sido, y de
hecho casi se habían peleado entre ellas cuando Gabrielle entró un
rato antes, las vio, y anunció que necesitaría sus servicios para
asistirla durante la noche. La oportunidad de ser guardia de la reina,
sin importar que fuera innecesario en esa posada, constituia una
oportunidad única en la vida y un honor concedido a aquellas dos
mujeres. ¡Espera a que regresaran y se lo contaran a sus amigas! Ephiny,
naturalmente, las gobernaba en casa, pero el ilustre título de
Gabrielle le otorgaba el derecho de reinado cuando ella eligiera
recurrir a ello. Era una especia de potestad compartida y, en realidad,
a ninguna de las amazonas le importaba servir ya fuera a Ephiny o a
Gabrielle cuando o donde quisieran. ¿Quién no querría? Con un barrido de sus
ojos esmeralda, Gabrielle se introdujo en la sala con desenvoltura,
registrando y manteniéndose brevemente sobre cada uno de sus ocupantes
antes de seguir adelante. No había necesidad de decir a quienes no eran
amazonas que esa mujer pertenecía
a la realeza. Se podía determinar en gran medida por su atuendo y
su guardia. Sin embargo, el resto de la sala también sentía que esta
mujer tenía un delicado poder y una honradez que alcanzaba a todos
aquellos sobre los que reinaba, no a través de la intimidación, sino
de una personalidad pura. La mujer que los contemplaba desde arriba era
efectivamente alguien que poseía esa esquiva cualidad para todos
aquellos que le habían declarado su respeto y su admiración. Estaba
claro que las amazonas reconocían la posición de esa mujer, y el resto
de las atenienses y los viajeros de la taberna no parecían estar en
desacuerdo. Además, ¿con qué frecuencia podía uno cenar en la misma
sala que una Reina? La mirada de Gabrielle
se paseó de un lado al otro de la habitación hasta que, finalmente,
descansó sobre un par de ojos azules. Xena, por su parte, no sólo había
enmudecido, sino que además estaba sin aliento. Desde el primer momento
en que había visto a Gabrielle bajar las escaleras hasta ahora, había
quedado total y absolutamente capturada. Incluso aunque ya había visto
brevemente a Gabrielle en toda su realeza, realmente no había tenido
tiempo de presenciar lo bien que a su bardo le sentaba el papel de Reina
Amazona. Había sido aquel un momento agitado, y su mente había estado
en otro sitio (concretamente luchando por su propia vida) la última
vez, pero ahora, podía ver realmente
en qué se había convertido Gabrielle. La comprobación de lo mucho que
había cambiado la mujer que amaba resultaba sorprendente. Esa no era la
chica a la que había rescatado de los mercaderes de esclavos. Se
trataba de una mujer poderosa, madura y segura de sí misma que se había
ganado los corazones de las amazonas como su reina y se había apropiado
del corazón de la princesa guerrera para el suyo propio. Al diablo los
cinco dinares. Con pasos
deliberadamente lentos, Gabrielle avanzó por la taberna con sus ojos aún
firmemente unidos con los de Xena. Cuando el resto de la sala comenzó a
cuchichear, sus palabras eran sensiblemente mucho más suaves y calmadas
que antes. Nadie parecía querer romper el hechizo mientras contemplaban
a la reina caminar lentamente sobre el suelo de la taberna, con sus
guardia detrás. De hecho, la mayoría de la gente calló de nuevo con
rapidez cuando se dieron cuenta de que la reina se dirigía hacia una
imponente mujer guerrera sentada en la barra. La mujer no era una
amazona, todos podían verlo por su apariencia. Sin embargo, se
mostraban curiosos, puesto que podían sentir “algo” que irradiaba
entre los cuerpos de ambas mujeres. Indefinible, pero tangible. Casi podían
tocarlo. Para ser una sala llena
de gente, Xena sentía que estaba a solas con la reina, absorta en esos
ojos verdes. En realidad, no le importaba nada el resto de los que allí
se encontraban, simplemente dejaron de existir. Gabrielle la tenía.
Completamente. Y quisiera lo que quisiera, Xena, la princesa guerrera,
se lo iba a dar. Tragó saliva cuando vio
a Gabrielle detenerse a su lado, saboreando la inconfundible esencia de
su amante en la suave brisa que permanecía tras sus pasos. Era
intoxicantemente dulce, una mezcla de suave cuero, especias, jabón,
aire fresco y el propio sutil aroma de la reina. A Xena se le subió rápidamente
a la cabeza y puso una mano sobre la barra para no caerse. Bueno, Xena
no era ni mucho menos una colegiala, pero en ninguna de sus vastas y
variadas experiencias, nadie nunca,
nunca la había
afectado como lo hacía Gabrielle. de hecho, la reina podría haber
pedido entonces su segundo dinar sólo por el modo en que el cuerpo de
Xena estaba respondiendo. Silenciosamente, Xena
observó cómo la expresión de Gabrielle se intensificaba al mirar a la
guerrera, los labios de la reina entreabriéndose ligeramente mientras
los humedecía sensualmente con su lengua. Los ojos de Gabrielle
abandonaron los de Xena y descendieron, posándose sobre la bebida que
la guerrera tenía entre las manos. Lentamente, Gabrielle elevó la
vista de nuevo y capturó su azul profundo una vez más. Con un
movimiento de cabeza hacia la barra y entrecerrando ligeramente los
ojos, la reina le demandó una bebida. Dándose la vuelta,
Gabrielle dirigió a su guardia hacia una mesa vacía y espero a que una
de las mujeres le apartase la silla antes de sentarse con un aire de
suave gracilidad. Tras acomodarse, cruzó lentamente una pierna sobre la
otra y se reclinó hacia atrás. Descansando su codo en el brazo de la
silla, la mano de la reina fue hasta su barbilla, y se acarició
pensativamente el labio inferior con el dedo apreciando a Xena, como si
sopesara cómo sería acostarse con una guerrera como ella. Sus ojos
bebieron de la musculosa figura de Xena con una confianza relajada
mientras comenzaba a tamborilear con los dedos de la otra mano sobre el
brazo del asiento. La reina estaba obviamente esperando que Xena la
atendiese. Contemplando a la reina
dirigirse hacia una mesa y sentarse, Xena casi tuvo que sacudir la
cabeza. Había visto a Gabrielle ser agresiva antes, por supuesto. Y por
supuesto, había sido el blanco de las... tácticas de su amante cuando
estaban a solas (en honor a la verdad, a Xena eso le gustaba. Mucho).
Pero esa noche, había algo diferente en Gabrielle. Y algo diferente en
Xena. Aunque se tratara de una elaborada actuación, había algo más.
La verdad es que nadie en el mundo podía hacer que Xena se sometiese.
No pertenecía a ningún dios, a ningún rey, a nadie. Pero Gabrielle,
reflexionó Xena, la tenía mucho más sujeta de lo que jamás hubiese
creído posible, con un tipo de poder distinto. Los dioses controlaban
gracias a su habilidad para manipular a los mortales e intimidarles, y
los reyes gobernaban con sus ejércitos y su dinero. Gabrielle lo hacía con un profundo, completo e intenso amor. Xena
arrojó un dinar sobre la barra y esperó a que Diana llenara dos jarras
de cerveza. Allí de pie, era perfectamente consciente de que la mirada
de la reina se encontraba sobre su espalda, puesto que sentía dos
puntos de suave calidez recorriendo su piel. Sabía que estaba siendo
examinada y se recompuso casi imperceptiblemente, como para hacerse
merecedora de la mirada de Gabrielle. Pasándose rápidamente la mano
por el flequillo, no pudo por menos que reírse de sí misma. ¡Dioses,
estaba nerviosa! Agarrando
las jarras, se irguió e inició el camino de vuelta. Como era de
esperar, la reina la estaba mirando. Todo el mundo lo hacía. Xena avanzó
hasta situarse cerca de la mesa y, curiosamente, se detuvo. Gabrielle aún
no había dicho una palabra y simplemente paseaba su mirada arriba y
abajo por el cuerpo de la guerrera, deteniéndose ligeramente en los
lugares en los que su piel quedaba al descubierto y dibujaba sus
bronceados músculos. Mirándola ahora a los ojos, Gabrielle elevó una
ceja y señaló con la cabeza hacia la copa que permanecía en la mano
de Xena. Ese pequeño gesto significó para los que miraban que la reina
encontraba adecuado el pequeño regalo que se le ofrecía. Con una
ligera sonrisa, Gabrielle emitió entonces su primera orden. ¾Siéntate. En
ese momento, Xena no tenía planes inmediatos de salir corriendo de la
taberna ni quedarse de pie durante mucho más tiempo, así que no le fue
difícil obedecer. Y a pesar de que se sentía impulsada a sonreír irónicamente
a Gabrielle, sintió de algún modo la obligación de no hacerlo. Ni de
desobedecer. De hecho, Xena encontró irresistible el sutil poder de la
reina. Divertido. Era como si el comportamiento y la actitud de
Gabrielle hubiesen cambiado cuando bajó aquellas escaleras y con ello,
Xena hubiese cambiado también. La guerrera inconscientemente se dejó
llevar y decidió entregarse completamente en manos de la reina.
Internamente, su mente se resistía a la idea de ser controlada, pero la
respuesta de su cuerpo ante esa Gabrielle era inconfundible. Se dio
cuenta de que mente y cuerpo lucharían para someterse o rebelarse al
pequeño juego de Gabrielle. Tragándose su orgullo, Xena se sentó en
una silla cercana y, silenciosamente, colocó su jarra de cerveza frente
a ella. Parecía que era capaz de entregar un dinar tan
desinteresadamente como un beso. La
guerrera observó cómo la mano de Gabrielle alcanzaba elegantemente el
asa de la jarra y se la llevaba a los labios, dirigiendo su mirada hacia
los ojos azules de la guerrera mientras tomaba un trago del fresco líquido.
El modo en que sus labios tocaron
el borde del recipiente se le asemejó a una bendición, un suave beso
prometido sólo a aquien realmente lo mereciera. Xena no pudo evitar que
sus ojos trazaran el recorrido de la garganta de la reina cuando la
bebida se deslizó lentamente por su interior. Esto
ya era demasiado y la guerrera entrecerró los ojos con reflexiva emoción.
Por ser esa copa que
acababa de tocar los labios de Gabrielle o el líquido que acababa de
beber... dioses, Xena habría dado un reino. Silenciosamente,
una de las camareras fue hasta la mesa y se colocó entre Xena y
Gabrielle, claramente centrada en la reina mientras esperaba el pedido.
Las dos guardias amazonas se habían situado tras la mesa, pero seguían
vigilando a todo el que se acercaba. Lentamente, Gabrielle bajó su copa
y la depositó en la mesa, manteniendo sus ojos sobre Xena en todo
momento. Sonrió cuando la guerrera se dirigió a la muchacha, atrajo su
atención y pidió por ambas. ¾Tomaremos... Antes
de que Xena pudiera decir algo más, sintió la mano de la reina sobre
su muslo. Atrayendo la mirada de la guerrera hasta que se encontró con
la suya por medio de una suave presión, Gabrielle se inclinó y le habló
con voz lo suficientemente baja como para que sólo ella pudiera oírla. ¾Yo
ordeno. Tú sirves. Intenta recordarlo. Los
ojos de Xena se abrieron desmesuradamente mientras Gabrielle recuperó
su posición y se dirigió hacia la camarera. ¾Mi
pedido, por favor. Asintiendo,
la muchacha desapareció. Por lo visto, Gabrielle había hecho
disposiciones previas con Diana cuando llegó (de hecho, a la bardo le
había llevado algo de tiempo convencer a la amiga de Xena de que todo
estaba controlado y de que le siguiera el juego). La reina se reclinó
de nuevo mientras sus ojos verdes brillaron en dirección a la guerrera.
Con un nuevo trago de cerveza, le dirigió una inclinación de cabeza. ¾Puedes
beber. Bueno,
las cosas claras... Xena decidía si bebía o no y cuándo lo hacía,
muchas gracias. Elevando su mano, la guerrera protestó. ¾Gabrielle,
esto ya me parece... Con
elegante rapidez, Gabrielle se encontraba de pie y con las manos
apoyadas en los brazos de la silla de Xena. Inclinándose sobre la
sentada guerrera, sus ojos relampaguearon y sus labios se movieron hasta
el oído de Xena. ¾Me
perteneces, Xena. Xena
observó el cuerpo de Gabrielle retirarse y capturar sus ojos una vez más,
ahora de modo desafiante. La promidad del cuerpo de la reina y su mirada
hicieron que la guerrera reconsidera su protesta. En realidad, esta
noche Gabrielle poseía a Xena.
La reina lo sabía, la guerrera lo sabía, y el resto de la taberna podía
verlo claramente. Gabrielle reclamó a Xena desde el momento en que bajó
las escaleras y ejerció minuciosamente su poder sobre ella. Xena tragó
saliva cuando la mano de Gabrielle se movíó hasta su cara, recorrió
con los dedos por la firme línea de su mandíbula y se detuvo en su
barbilla. Todo se desvaneció cuando la reina llevó sus labios hacia
los de Xena y la besó. Gabrielle había besado antes a Xena un millón
de veces, pero este beso le pareció una bendición de los dioses por su
dulzura. Todo lo que la guerrera pudo hacer fue cerrar los ojos y dejar
que la suave pero constante presión de la reina la reclamara. De los
labios de Gabrielle, el azúcar no podría haber sabido mejor. Y por los
labios de Gabrielle, Xena se vendió completamente. La
guerrera sintió que Gabrielle se retiraba, pero sus ojos permanecieron
cerrados. Respirando profundamente, sintió las yemas de los dedos de la
reina viajar por sus mejillas y sus cejas manifestando su delicado
dominio. Cada roce afirmó que Xena pertenecía a Gabrielle. Sus dedos
eran suaves y ligeros en su camino por los sedosos y oscuros mechones
que caían a ambos lados de la cabeza de Xena. A lo largo de su hombro,
la guerrera se estremeció en cada lugar en que los dedos de Gabrielle
le rozaban, siguiendo por su brazo y entrelazándose con los de ella al
llegar al final. Al sentir una suave presión, Xena finalmente abrió
los ojos. Lo
que encontró entonces fue la más maravillosa sonrisa que había visto
nunca sobre la cara de Gabrielle. Sus ojos verdes irradiaban ligeros
matices dorados, y esa peculiar y elegante arruga sobre su nariz le
provocó una inevitable sonrisa. Gabrielle habló suavemente a través
de su sonrisa. ¾¿Bien? Con un leve e inmediato asentimiento, Xena accedió. A todo. ¾Bien. Una
última caricia de su mano y la reina la soltó, regresando lentamente a
su silla, con la ceja levantada ante las miradas de algunos de los
presentes. Rápidamente, las mujeres de la taberna regersaron a sus
respectivas comidas, satisfechas de que la Reina Amazona hubiese
dominado tan fácilmente a la mujer guerrera. Si antes no era una
esclava, ahora sí. Sus
jarras habían sido rellenadas y la conversación era escasa. Esa noche,
Gabrielle pareció inclinarse por un majestuoso silencio en lugar de sus
habituales bromas. Xena no era estúpida, y dada la reserva general
mantuvo la boca cerrada. Por parte de la reina, sus ojos hablaron
bastante por las dos. Muy
pronto, la camarera trajo tres platos de sabrosos aperitivos: Hojas de
uva rellenas, higos, y delgadas galletas de trigo recubiertas con queso
feta derretido, jamón y aceitunas laminadas. Los ojos de Gabrielle se
abrieron ante todo ello y sonrió ampliamente. Justo cuando estaba a
punto de alcanzar una galleta, Xena capturó su mirada y la reina se
detuvo. Silenciosamente, asintió en su dirección, se recostó de nuevo
en su silla y observó cómo Xena alcanzaba un bocado y se inclinaba
hacia ella para depositarlo en su boca. La joven reina cerró los ojos
ante el sabor que inundó su paladar y la persistencia de las yemas de
los dedos de Xena. Podría acostumbrarse a esto. Sí. Una
de las entusiastas guardias amazonas dirigió una mirada disimulada a su
compañera. Aunque era cierto que habían visto el modo en que sus
reinas eran atendidas con anterioridad, muy diferente era contemplar a
una increíblemente fuerte, musculosa y armada guerrera como Xena
alimentando a Gabrielle. Incluso más alarmante era lo sensual que esa
alimentación estaba llegando a ser. Con cada bocado, los dedos de Xena
resultaban capturados entre los dientes de Gabrielle, y cada vez por más
tiempo. La reina estaba disfrutando de los dedos de su guerrera tanto
como de los aperitivos que comía. Cuando Gabrielle se sació, volvió a
acomodarse en su asiento y miró fijamente en Xena. ¾Sírvete, por favor. Xena
no pudo por menos que sonreir ante el “por favor” con que finalizó
su mandato. Naturalmente, esta palabra significaba para Gabrielle el
conseguir cualquier cosa que quisiera de la guerrera, pero en este
contexto pareció un poco... redundante. Xena ya se había mostrado
silenciosamente de acuerdo con las actuales condiciones. Pero el ‘por
favor’ era un curioso toque típico de Gabrielle. Alcanzando
una hoja de uva, Xena dejó que sus ojos regresaran a Gabrielle. La
reina mostraba una ligera sonrisa en su rostro, y mantenía la barbilla
apoyada en su mano, decidida a tomarse todas y cada una de las
libertades que deseara. Y ahora mismo, eso significaba mirar comer a su
magnífica guerrera. Xena aceptó el desafío y sostuvo el aperitivo con
ambas manos. Delicadamente, comenzó a desenrrollar la hoja y, extendiéndola
con los dedos, Xena mantuvo sus ojos sobre Gabrielle mientras introducía
los labios entre los liegues y vaciaba su delicioso contenido con la
lengua. Lentamente, paladeó el sabor en su boca, cerró los ojos, y
tragó. Esta
imagen no pasó inadvertida a Gabrielle. Xena
se sonrió a sí misma cuando observó el suave rubor que cubría ahora
el cuello y las mejillas de la reina. No había ninguna razón por la
que la guerrera no pudiera ser subversivamente rebelde, de una forma
sutil. Lo que hizo con uno de los higos escandalizó a la camarera
cuando vino a reponer sus bebidas, y la reina se dio cuenta de repente
de que estaba realmente sedienta. Xena la observó, mientras masticaba
distraídamente la dulce fruta, y vio que las manos de Gabrielle
atenzaban los brazos de su silla. Quizás aún podría recuperar alguno
de aquellos dinares. De
algún modo, la cena se desarrolló también en silencio y tan sólo
cruzaron unas pocas palabras. Era casi como si, por ahora, todo lo que
necesitaban decir se transmitiera a través de sus ojos y de sus
cuerpos. Ninguna de las dos dejó vagar su mirada más allá de la otra
mientras saboreaban el cordero y el cerdo asados, el sabroso marisco y
muchas otras delicias. No era extraño que esta posada fuese conocida
por su comida, puesto que la cena de esa noche era digna de los Campos
Elíseos. Toda la comida de Gabrielle le fue servida por las yemas de
los dedos de Xena y no lo habría querido de ninguna otra forma. La
guerrera no tomó ni un bocado que Gabrielle no le hubiese concedido
antes. Fue difícil para ambas no sonreír abiertamente cuando Xena
rehusó seguir comiendo y la reina todavía podía con más. Dioses, la
cena fue gloriosa. En
algún momento de la segunda tanda de comida, Gabrielle había cambiado
sus cervezas por vino y, extrañamente, ese cambio había resultado
agradable. Los alimentos que estaban comiendo pedían un sabor más
refinado que la cerveza y ciertamente, fuera lo que fuera lo que la
reina quisiera esa noche, la reina lo obtendría. Por mucho que le
apeteciese algo de postre, ya estaba completamente saciada y decidió
guardar esos dulces bocados para más tarde. La
taberna estaba ahora más oscura puesto que algunas de las más
brillantes antorchas se habían extinguido. La multitud quedó
predominantemente femenina después de que los clientes acabaran de
cenar y se marcharan, mientras en una esquina un pequeño grupo de músicos
se preparaba para tocar. Melodiosas risas y palabras suaves flotaban por
la habitación y Gabrielle estiró las piernas y se reclinó en su
silla. Xena había estado de lo más cortés durante la cena y la
verdad, la reina se sorprendía de que hubiese aguantado tanto así. El
modo en que la guerrera estaba actuando le hacía sospechar que sería
reina durante toda la noche. Con ese pensamiento, los labios de
Gabrielle se curvaron en una sonrisa mientras tomaba un sorbo y echaba
un vistazo a la guerrera. Por
su parte, Xena estaba disfutando realmente con esto. Quizás era el
hecho de que la nueva... majestuosidad... de Gabrielle fuese tan
sugerente para la guerrera. No era severa y mucho menos resultaba
amenazante. Por supuesto que Xena podía sentir el sutil poder que
Gabrielle rezumaba, pero éste era completamente encantador y aceptable.
Además, no tenía que preocuparse demasiado por su renombrada reputación.
No era ningún secreto el que Xena y Gabrielle era amantes. Hades, era
un hecho evidente para todo aquel que las viera juntas, y el que se
dejara controlar por una Reina Amazona esa noche no iba a cambiar el
hecho de que pudiera perfectamente patear el trasero de cualquier idiota
que se lo echara en cara. Eso estaba claro. La
música del cuarto era hipnótica; los tambores marcaban suavemente el
ritmo mientras la flauta y los instrumentos de cuerda proporcionaban una
melodía seductoramente exótica. El cuarto zumbaba con lentas y rítmicas
vibraciones mientras varias muchachas bailaban a su son. El vino, la
comida y la música eran una mezcla embriagadora y pronto los ojos de la
reina vagaron hacia la guerrera. Ésta era una pieza que valía todas
las riquezas del mundo. La mirada de Gabrielle se detuvo sobre la
musculosa forma de Xena; bajo toda esa armadura, bajo el cuero y las
armas, yacía un maravilloso cuerpo. Perfeccionada por años
de lucha y trabajo, Xena transpiraba poder y destreza. Gabrielle había
presenciado a la guerrera en suficientes hazañas como para saber que
sus habilidades eran poderosas y feroces, temidas en todas partes.
Entrecerrando los ojos, la reina aspiró profundamente cuando se dio
cuenta de que sólo ella podía controlar esa imparable fuerza si lo
deseaba. Ese descubrimiento sobre sí misma recorrió el cuerpo y la
mente de Gabrielle dejándole una estela de cálida excitación. Xena miró cómo
Gabrielle se ponía en pie, con la misma elegancia anterior, con
movimientos delicados y augustos. Cuando las guardias amazonas se
dispusieron a seguirla, ella las detuvo con un movimiento de su mano,
sin dejar de mirar fijamente a Xena. Algo en la expresión de Gabrielle
le dijo a Xena que esa joven mujer tenía algo más en mente para la
noche que una simple cena. Bajo su majestuosa superficie, la guerrera
captó la chispa de algo ardiente. Y Gabrielle lo irradiaba. Xena tragó saliva
cuando la reina se movió hacia ella y con un ligero empuje de su
rodilla, separó las piernas de la guerrera, reclamando ese espacio para
sí. Sus ojos verdes se oscurecieron al mirar intensamente a Xena,
rozando apenas con las yemas de los dedos la superficie de sus muslos.
Inclinándose, tomó las manos de Xena entre las suyas y las llevó
hasta sus propias caderas, deseosa de sentir esa poderosa presión. Con
lentitud insoportable, Gabrielle se inclinó aún más, colocó sus
manos sobre la parte más alta de los muslos cubiertos de cuero de Xena,
y se detuvo. Ambas respiraban el
mismo aire, la reina a escasos centímetros de la cara de Xena. Era como
si Gabrielle estuviese intentando mirar tan profundamente en los ojos de
la guerrera como le fuera posible, intentando encontrar la fuente de
aquel manantial azul. La verdad del asunto era que Xena sintió que
Gabrielle podía sentir todo lo que yacía en su interior. Esta mujer
era su fuente, Gabrielle era su corazón. Los ojos de la guerrera
simplemente reflejaban la imagen de la reina con vívida intensidad. Reflexivamente, las
piernas de Xena fueron a descansar contra el exterior de las de la reina
y Gabrielle bajó su mirada para echar un vistazo. Lamiéndose los
labios, la reina miró a Xena de nuevo, tomó aliento y ordenó. ¾Baila conmigo. Esas palabras fueron
directamente a la cabeza de Xena, dejándola aturdida mientras Gabrielle
retrocedía manteniendo sus ojos sobre ella. Con sus manos todavía en
las caderas de la reina, la guerrera hizo retroceder su silla y quedó
de pie frente a Gabrielle. Hacía ya tiempo que el resto de la gente que
ocupaba la taberna de había difuminado y Xena sentía que Gabrielle y
ella estaban solas, en un mundo privado. Ya habían bailado antes, por
supuesto, a menudo solas en mitad de un bosque sin ninguna música,
balanceándose una junto a la otra. Habían bailado en fiestas delante
de Reyes y Reinas, con las amazonas, incluso ante la madre y el hermano
de Xena. Pero esta noche, a Xena le parecía que era la primera vez que
bailaba con una verdadera reina, con Gabrielle. Xena miró cómo su
amante la alcanzaba y ponía sus brazos alrededor de su cuello, con sus
ojos verdes prendidos de los suyos todo el tiempo. Lentamente, retiró
sus manos de la cintura de Gabrielle y las llevó sobre la desnudez de
su espalda, atrayendo a la reina delicadamente hacia sí. En el momento
en que sintió la presión del cuerpo de Gabrielle contra el suyo, Xena
cerró brevemente los ojos y aspiró con fuerza. Los pechos de la reina
estaban contra su armadura (pero Gabrielle no pareció notarlo, o
sencillamente no le preocupaba) y podía sentir la calidez del cuerpo de
Gabrielle bajo sus manos y contra el cuero que la vestía. Una vez más,
la cercanía permitió a la guerrera captar el intoxicante aroma de la
reina, incluso más intensamente que antes. Aunque estaba en posición
de llevar el baile, considerando su estatura y su complexión, Xena dejó
que la reina guiará sus movimientos, que eran lentos y sensuales.
Gabrielle se movió contra la guerrera, presionando su cuerpo en varios
puntos, el vientre contra la cadera de Xena, la cadera contra su muslo,
la mejilla contra el pecho de la guerrera. La música era sutil y
ondulante, insistente en su ritmo. Las manos de Xena se movieron por la
espalda de la reina, sintiendo los músculos bajo ellas y los nudos de
su top de cuero. Gabrielle las
unió más estrechamente, exigiendo más contacto mientras sus ojos se
elevaron y ardieron en los de Xena. El baile era lento, íntimo y
completamente erótico. La pareja no se dio
cuenta de que el resto de la habitación miraba embelesado el baile de
la reina y la guerrera. Todas las miradas seguían a Gabrielle moverse
contra su alta compañera, presionando sus caderas. Miraron cómo las
manos de Xena se movían sobre la espalda de la reina, sobre sus suaves
curvas o contra la cálida piel que quedaba al descubierto.Era difícil
decir a quién envidiaban más; ambas parecían penetrar silenciosamente
en el ser de la otra. Era algo impresionante. Llevando la vista sobre
ella, Gabrielle tomó una de las manos de Xena y se giró entre sus
brazos, atrayéndola hacia su espalda. Xena se balanceó con Gabrielle,
dejando que su otra mano se deslizara bajo su brazo y luego sobre el
torneado vientre de la reina. De pie tras Gabrielle, Xena cerró sus
ojos cuando la reina se pegó a ella y se movió en un lento y rítmico
baile de pura sensualidad. Con Gabrielle entre sus brazos, la guerrera
sintió esa clase de amor y conexión por los que valía la pena cada
dificultad a la que se había enfrentado; esto lo merecía todo. La reina seguía la mano
de su compañera sobre su cálida piel y presionaba contra ella; eso era
suficiente para volver loca a Xena. Y entonces sintió a Gabrielle
volverse de nuevo y mirarla, con los ojos coloreados de un verde intenso
por la emoción. Bailaron pegadas la una a la otra, sin perder el
contacto en ningún momento. Xena comenzaba a adentrarse más
profundamente en ese plano de existencia con Gabrielle. Cada centímetro
de su ser estaba en sintonía con la reina y le pareció que hubiese
bailado con ella desde siempre. Aquellos increíbles ojos simplemente la
capturaron, tal y como lo harían durante vidas aún por llegar.
Sintiendo las manos de la reina moverse hasta su pelo, Xena respiró
hondo y habló, con la emoción que sentía bajando su tono de voz. ¾¿Puedo besarte... por favor? Los ojos de Gabrielle se
cerraron ligeramente ante la petición. Enrredando sus manos en el pelo
negro de la guerrera, la reina ralentizó un poco su baile y comenzó a
atraer a Xena hacia sí. La guerrera se dejó guiar hasta que quedó a
escasos centímetros de los labios de Gabrielle. Con un leve y
cosquilleante suspiro, la reina susurró su respuesta mirando fijamente
a esos ojos azules. ¾Sí. Fue una respuesta
sencilla, pero Xena sintió como si le hubiesen concedido un reino
entero. ‘Sí’ nunca había sonado tan dulce. Era un momento que
quedaría grabado en la mente de la guerrera con cristalizada seguridad.
Gabrielle era de verdad su Reina y las promesas que le hizo con aquella
única palabra simplemente le aseguraron su cargo. Aspirando una gran
bocanada de aire, la guerrera se preparó. Suavemente, las manos de
Xena se movieron desde la espalda de la reina para suavemente tocar su
cara. El calor de la piel de la reina penetró por las palmas de la
guerrera y ésta aspiró de nuevo con más fuerza cuando sintió las
manos de Gabrielle deslizarse hasta sus caderas y presionar sobre ellas.
¿Cuándo había besado a Gabrielle por última vez? Dioses, se le hacía
una eternidad. ¿Serían dignos sus labios? ¿Podría su beso ser
suficiente para Gabrielle? Con cuidado, Xena colocó
sus labios sobre los de la reina, cerrando los ojos con el contacto.
Durante un momento, simplemente los mantuvo allí, disfrutando la
sensación de su suavidad. Lentamente, los separó y con cuidado tomó
el labio inferior de Gabrielle entre los suyos y lo besó, acariciándolo
suavemente y dejando a su lengua deslizarse contra él. Cuando sintió
las manos de la reina apretar más fuerte sus caderas, atrajo a
Gabrielle y le demandó más. Con una agradable petición, su lengua
bailó entre los labios de la reina, resbalando sobre sus dientes hasta
que se introdujo en la boca de Gabrielle. Casi cayó de rodillas cuando
oyó el suave murmullo de la reina y sintió su lengua moverse contra la
suya. Suave, dulce, intenso... ese beso era la perfección. Sin aliento, momentos más
tarde, Xena sintió a Gabrielle retirarse, sus ojos completamente
oscurecidos por el deseo y sus labios cubiertos de humedad. La reina
mantenía un lazo mortal sobre sus caderas y su respiración se aceleró.
Tirando de las caderas de la guerrera hasta las suyas, Gabrielle se
apretó contra ella más fuerte y entrecerró los ojos mirando a Xena,
ordenando con voz desigual. ¾Más. Con esto, la guerrera
encontró permiso para presionar sus labios contra los de la reina en
una demostración deslumbrante de fuerza y poder. No podía preocuparles
menos que cada mirada de ese cuarto estuviera puesta sobre ellas y cada
mandíbula caída en el suelo ante semejante intercambio de pasión.
Xena entregó sus primeros besos con fuerza, mordisqueando los labios de
Gabrielle, presionando con fuerza contra ella, empleando su lengua lo más
profundamente que podía. La reina poseía una princesa guerrera y eso
significaba que todo lo que Xena hiciese, era para ella de una
intensidad y un calor que nadie podría igualar. Ahora mismo, Gabrielle
ardía ante aquel resplandor de amor y lujuria. La cara de Gabrielle
estaba completamente sonrojada para cuando los labios de Xena se
desprendieron de los suyos. Inclinándose, la guerrera presionó su cara
contra el cuello de la reina, cerrando los ojos sobre la acalorada piel
y respirando pesadamente, puesto que el calor de aquellos besos la habían
pillado con la guardia baja. Sus brazos rodearon a Gabrielle y la abrazó
tan fuerte como pudo, aspirando su olor mientras lo hacía. Gabrielle
pudo sentir entonces la estremecedora fuerza del cuerpo de Xena, su
respiración, su amor por ella. Gabrielle había
esclavizado a su guerrera y en ese momento, el deber de la reina era
conseguir un lugar donde hubiera menos público antes de que ordenara a
Xena que la poseyera allí mismo, sobre la mesa, entre las hojas de uva
(por muy atractiva que esa idea
pudiera ser). Habló firmemente a su amante. ¾Vámonos. Gabrielle se deshizo de
los brazos de la guerrera y tomó su mano, sonriéndose ante lo
maravillosa que estaba Xena cuando se excitaba. Sus ojos azules estaban
oscurecidos a causa del deseo y su cara encendida por un leve rubor.
Hizo un gesto hacia sus guardias y las despidió por esa noche con una
sonrisa genuina. La reina tiró de Xena por todo el cuarto con elegante
facilidad a pesar del hecho de que sus rodillas estaban bastante débiles.
Sólo tenía que subir la escalera. Y deprisa. Esta noche, Gabrielle
iba a gobernar a su princesa guerrera. Iba a tener a Xena bajo sus
condiciones, tal y como ella quisiera. Domesticar a Xena significaba
darle todo lo que quisiera, pero sólo después de que se lo hubiera
ganado. Y nadie sabía como dar a la guerrera lo que quería como
Gabrielle. Al fin y al cabo, ella era la Reina. Todo el trayecto hacia
el cuarto de la reina se estaba desarrollando con desesperante lentitud.
Mientras que antes Gabrielle se había mostrado deseosa de llegar, ahora
saboreaba cada momento. No es que le gustara torturar, pero en realidad,
adoraba la idea de hacer esperar a su ansiosa y excitada guerrera. Esto ponía
completamente de relieve lo bien que la reina controlaba su propio
cuerpo y lo salvaje que Xena se había vuelto. Se sonrió a sí misma.
Para domesticar y gobernar a alguien como Xena, primero tendría que
tranquilizarla. De momento. El barullo de la taberna
comenzó nuevamente cuando las dos subieron por las escaleras, con toda
aquella gente murmurando sobre la Reina y su guerrera. De cualquier
modo, con cada paso, el ruido se fue difuminando en la oscuridad
mientras Gabrielle guiaba a Xena hacia arriba. La mano de Gabrielle
agarraba suavemente la de la guerrera, apretándola de vez en cuando en
un mensaje de amor. En la cima de la escalera, Gabrielle se detuvo y se
giró, dejando a Xena dos escalones por debajo de ella y sonriendo.
Incluso en aquel corredor mal iluminado, la belleza de la Reina brillaba
intensamente. Para la guerrera, la
falta de prisa por parte de Gabrielle en llevarlas hasta el cuarto... ¡la
estaba matando! El baile había sido una cosa (algo realmente muy bueno)
pero los besos significaron algo sensual, inspiraron otra cosa. Sus
labios todavía sentían el toque de Gabrielle, y también su sabor.
Xena no conseguía recordar cuándo un beso había sido tan... intenso.
Ahora mismo, su cuerpo estaba absolutamente invadido por una
estrechamente controlada necesidad, y comenzaba a pensar que realmente,
realmente le gustaba del todo este asunto de la reina. Gabrielle permaneció a
la altura de sus ojos desde más arriba de la escalera, sonriéndole de
modo sarcástico. Eso no era bueno. Al momento, Xena levantó un
insolente y arrogante ceja hacia Gabrielle, interrogándola sobre el
retraso. Uh oh. Problemas. La propia expresión de la reina cambió
cuando su sonrisa se diluyó y elevó una de sus roijizas cejas como
respuesta. Alguien parecía estar desafiando a la Reina, y ese alguien
estaba a punto de descubrir que había tenido una pésima idea. Dejando caer la mano de
Xena, Gabrielle puso las suyas sobre sus propias cadera y miró
directamente a la guerrera con una clara expresión de regia ira.
Agravando su voz, la reina habló firmemente a Xena. ¾¿Me estás cuestionado, guerrera? Xena se mordió el labio
inferior para evitar una carcajada. Sin embargo, tenía que admitir que
el temperamento de Gabrielle no era precisamente algo que quisiera
incitar. Créase o no, su compañera, tan amante de la paz, tenía un
temperamento digno de Hades cuando se la presionaba. La mente de Xena se
transportó instantáneamente a un alterado tribunal en Argos y una
bardo extremadamente temperamental. Lo que pasaba con Gabrielle, sin
embargo, era que todas sus emociones parecían estar deliciosamente
entrelazadas entre sí, así que cuando se sentía feliz, solía llorar.
Y cuando se enfadaba, se volvía muy intensa... y apasionada. Bajando los ojos en un
gesto para calmar a la reina, Xena respondió con una voz clara, aunque
no tan respetuosa como probablemente debería haber sido. ¾No, no la estoy cuestionado.... su majestad. Lanzó la última parte
de esta frase para impresionar a
la reina. Xena estaba siendo de nuevo subversivamente desobediente.De
cualquier modo, la reina no sólo
encajó perfectamente ese título (lo había oído de boca de las
amazonas las veces suficientes como para que no le afectase lo más mínimo),
sino que ni tan siquiera movió
un músculo ni mudó su expresión. Irguiéndose, Gabrielle tomó la
barbilla de Xena en su mano y levantó el rostro de la guerrera para
mirarla duramente. Gruñendo, emitió una amenaza real. ¾Entonces será mejor que no vuelvas a levantar esa ceja tuya
hacia mí de ese modo... esclava. Gabrielle lanzó
igualmente esa última palabra
sólo para recordar a Xena que en ese momento y durante toda la noche
ella era la Reina. Parecía que su salvaje guerrera estaba forzando los
límites, intentando descubrir hasta dónde podía llegar antes de que
Gabrielle decidiese gobernarla con mano aún más firme. Inclinándose más,
los ojos verdes de la Reina centellearon cuando tiró de la barbilla de
Xena hacia sí. Con su rostro bien encarado al de la guerrera, su voz
sonó más profunda. ¾Porque si la vuelvo a ver... Gabrielle extendió su
otra mano tras Xena, deslizándola por la oscura cabellera, agarrándola
suave pero firmemente. Los ojos de la reina estaban taladrando a Xena,
lanzando por sí solos un desafío y una promesa de inmisericordia. Y
entonces, un instante después, los labios de Gabrielle se lanzaron
contra los de Xena en un beso demoledor, impetuoso y exigente, poseyendo
la boca de la guerrera de una forma elegantemente salvaje. La reina
empujó su lengua hacia el interior de ésta y la gobernó con pasional
fervor. Ardiente. Comprobando que Xena
estaba sin aliento, Gabrielle se apartó y capturó de nuevo sus azules
ojos. Deslizando una mano, la reina pasó su dedo sobre los labios que
acababa de tomar. El dulce y arrollador poder de Gabrielle había
encendido de nuevo el fuego de Xena. Sonriendo, las yemas de
los dedos de la reina tocaron sus nuevamente cálidas mejillas, y
dejó que su voz se suavizara. ¾... no seré tan amable. Con eso, Gabrielle elevó
su ceja, queriendo asegurarse que la guerrera entendía claramente
cómo estaba la situación. Firme, pero suave. Por eso Xena
estaba sirviendo a su Reina aquella noche, y para siempre. Gabrielle
administraba su autoridad de una manera tan delicada que muchas veces,
la guerrera no percibía lo mucho que su amante influía en ella. Nunca
fue una cuestión manipulativa ni una intromisión. Era simplemente
Gabrielle amando lo suficiente a Xena
como para mantenerse firme en las cuestiones importantes y sin que se
pudiera dudar de su absoluta devoción y afecto por la guerrera. Para
Xena era un reconfortante sentimiento que le hacía sentirse más segura
de lo que había estado en toda su vida. Su estabilidad provenía de
Gabrielle y eso era algo que nunca, jamás, sería cuestionado. Xena dejó que sus ojos
mostraran cada gramo del amor que sentía por Gabrielle mientras asentía
con la cabeza. Era completa y totalmente una posesión de la reina. Y en
ese preciso instante, no deseaba nada más que dar a Gabrielle todo lo
que deseara. La imperiosa necesidad de complacer a la reina empezaba a
ser increíblemente intensa. Habría caído de rodillas si Gabrielle lo
hubiese querido. Xena estaba conquistada. Suavemente, la reina
atrajo a Xena hacia sí y apretó su rostro de la guerrera contra su
pecho, cerrando los ojos al escuchar el suspiro de placer de Xena. Sonrió
cuando la guerrera elevó los brazos alrededor y la rodeó por la
cintura de forma vacilante, esperando el permiso para acercarla.
Gabrielle se movió hacia ella y se lo concedió, de forma que pronto
los fuertes brazos de Xena estrecharon a la reina en un abrazo de
absoluta adoración. Permanecieron allí un
buen rato, reina y guerrera en la escalera de una posada en medio de
Atenas, sintiendo que sin lugar a dudas habían sido hechas la una para
la otra, en todos los aspectos. Era como si dos mundos colisionaran en
un todo único. Distintos y sin embargo complementarios. Oscuros pero
perfectamente claros. El suyo era un amor que transcendería
el tiempo y el espacio en toda su magnitud. Un suave roce de Xena
las despertó de su ensueño. Los labios de la guerrera se movían
cuidadosamente sobre la piel situada entre los pechos de Gabrielle,
besando y probando delicadamente. No tenía permiso para eso, pero la
reina no parecía dispuesta a quejarse. El hambre de Xena por su amante
se podía ver en cada caricia que proporcionaba a su piel expuesta.
Necesitaba a Gabrielle. Inclinado su cabeza, la
reina depositó un suave beso sobre la cima de la cabellera caoba oscura
y dejó sus manos resbalar por los largos cabellos, acariciándolos
cuidadosamente. Luego se retiró y sonrió al ver a Xena, capturando
aquellos ojos azules. La guerrera había girado la cabeza y descansaba
su mejilla entre los pechos de Gabrielle y simplemente presionó sus
labios contra el interior de uno de ellos. Estaba
claro lo que la guerrera necesitaba. Con una cariñosa palabra,
la mano de Gabrielle se dirigió al lateral del rostro de la guerrera
para acariciar brevemente su cálida piel. ¾Aquí. Con ello, Gabrielle alzó
su mano izquierda y tiró del tirante de cuero de su top
deslizándolo ligeramente por su hombro. Los ojos de Xena se
entrecerraron y suspiró con fuerza cuando vio a Gabrielle agarrar uno
de sus pecho y extraerlo de su confinamiento. Con exquisita
delicadeza, la reina deslizó la mano bajo su suave piel y lo sostuvo
mientras su otra mano
acercaba la boca de la guerrera hacia él. Inmediatamente, los labios de
Xena cubrieron extasiadamente el endurecido pezón. La siguiente orden
de Gabrielle se filtró a través de su desvaneciente conciencia, que no
percibía nada que no fuese la boca de Xena y su propio pecho. ¾Chupa. Y Xena lo hizo. Con
entusiasmo. Lo sorprendente del caso
era que la guerrera no cayese por las escaleras. Tan intensa era su
excitación que sus piernas temblaban y sus brazos envolvían a
Gabrielle en un esfuerzo por mantenerse estable. Decir que Xena se
encontraba en los Campos Elíseos era seguramente subestimar la situación.
Sus labios, su lengua y su boca se centraban solamente en una cosa,
complacer a su Reina y cumplir su mandato. La piel de Gabrielle era
dulce al gusto y Xena gimió con cada profunda succión. Se sintió
completamente humedecida allí, en aquel preciso momento. Por su parte, Gabrielle
comenzaba a encontrar dificultades para sostenerse, con cada increíble
movimiento que Xena le proporcionaba con su lengua. Mientras una mano
siguió sosteniendo la cabeza de la guerrera estrechándola contra sí,
la otra intentaba empujar tanta carne en la boca de Xena como fuera
posible. Jadeando mientras las sensaciones viajaban en dirección al sur
de su vientre, Gabrielle cerró sus ojos y arqueó su cuerpo hacia la
guerrera. Éste expresaba con claridad que lo que Xena estaba haciendo
le hacía sentir muy, muy bien. Justo cuando sus
rodillas estaban a punto de flaquear, Gabrielle se retiró de Xena y
capturó esos intensos ojos azules con los suyos. Situando sus manos a
ambos lados de la cara de la guerrera, la reina se entregó en el más
devastador beso, salvaje y húmedo. Respiraban mediante jadeos y sus
labios se movían hambrientos unos sobre los otros. Las lenguas luchaban
por abriese espacio, primero en la boca de la guerrera después en la de
Gabrielle. Las manos de Xena
descendieron hasta alcanzar las vestidas y firmes curvas de la reina y
la estrechó contra sí. Mientras ésta, envolviendo sus brazos
alrededor del cuello de la guerrera, echó su cabeza hacia atrás y gimió
cuando los labios de Xena se despegaron de los suyos y descendieron por
su cuello mordiendo, chupando y besando al mismo tiempo. Aquel gemido reveló a
Xena que necesitaba llevar a aquella particular reina a sus aposentos, y
deprisa. Los fuertes brazos de la guerrera levantaron a Gabrielle,
trabajando todavía con los labios sobre su cuello y sus hombros, y
sintió las piernas de Gabrielle envolver su cintura. Xena cargó fácilmente
a la reina por los dos escalones que les faltaba por subir y con prisa
la transportó por el pasillo (¡ella quería correr!). Al pasar por
delante de una habitación, uno de los brazos de Gabrielle se alargó
para sujetarse al marco de la puerta, deteniéndolas de golpe. Los
labios de la reina buscaron entonces los de la guerrera y se besaron de
forma entrecortada y casi violenta. Con un brazo sujetando a Gabrielle,
Xena tanteó a su alrededor, encontró fácilmente el picaporte y lo giró.
Abriendo la puerta, la guerrera entró y cerró de nuevo. Habían
encontrado su habitación. Por fin. Cuando la puerta dejó
fuera al resto del mundo, Xena y Gabrielle se encontraron solas en la
misma habitación que habían ocupado durante el Festival. Sin embargo,
en ese momento, la atención de la guerrera estaba en otro lugar, es
decir, sobre cierta apasionada reina cuyos labios se abrían camino por
su cara y su cuello. Con manos hábiles, Xena echó el cerrojo y atrancó
la puerta, girándose y presionando la espalda de Gabrielle contra la
superficie de madera. Gabrielle enlazó sus piernas firmemente alrededor
de la cintura de Xena al mismo tiempo que sus manos viajaban por su
sedoso y oscuro cabello y sobre sus amplios hombros. La
intensidad de los besos de la reina, además del peso de su cuerpo,
empezaba a provocar vértigo en Xena. Podría ser la Princesa Guerrera,
pero tenía algunos límites con respecto a cuánto podía aguantar de
una sola vez. Y francamente, el hecho de estar apoyada en Gabrielle,
contra la puerta, dejaba sus manos libres para otras cosas. Mientras
besaba el cuello de Gabrielle de arriba abajo, las manos de Xena se
movieron lentamente a través de los pliegues de la falda de la reina y
encontraron los laterales de sus muslos desnudos para deslizarse sobre
ellos. Asegurada en sus poderosas piernas, Xena sujetó a Gabrielle en
esa posición mientras comenzaba a utilizar sus manos y sus labios. Eso
hasta que sintió que la reina le agarraba la cara con las manos y la
atraía hacia sí para besarla. La cara de Gabrielle estaba ruborizada
mientras intentaba recuperar un mínimo de control, pues no estaba
dispuesta a dejar que Xena simplemente hiciera de ella lo que le viniera
en gana. Y por cómo estaban evolucionando las cosas, esa idea le sonaba
cada vez mejor. Casi jadeando las palabras, los ojos de la reina eran de
un verde brillante. ¾Más
despacio, Xena... despacio... La
guerrera simplemente refunfuñó y estrechó sus azules ojos al tiempo
que giraba la cabeza, atrapaba unos cuantos dedos de la mano de la reina
y empezaba a asaltarlos de un modo bastante sugerente. Gabrielle cerró
los ojos cuando sintió sus dedos deslizarse en el interior de la cálida
boca de Xena y su lengua presionar contra y entre ellos. Dioses, aquello
estaba a punto de echar por tierra el cuidadoso plan de Gabrielle. De
mala gana, sacó sus dedos de allí y capturó los labios de la guerrera
con los suyos en un apasionado beso, para captar su atención. La reina
se retiró y volvió a buscar los ojos de Xena. Esta vez, su orden fue
firme. ¾Despacio. Las
manos de Xena se detuvieron y retrocedió para mirar a la reina. Emitió
entonces un sonido desde lo más profundo de su garganta que comenzó
pareciendo otra queja, pero acabó más como un gutural y amenazante
rumor. La guerrera estaba atrapada entre obedecer a la reina u obedecer
lo que se estaba convirtiendo en una poderosa necesidad. Todo su
vigoroso cuerpo se estremecía y agitaba por la excitación. Como
guerrera Xena era intensa, centrada y pasional. Como amante era muy
parecida, pero con una meta diferente en la cabeza. Podía ser cariñosa,
por supuesto, pero cuando se la presionaba, se transformaba en alguien
salvaje y poderoso. Sacar partido de esa clase de fuerza no era fácil.
Sólo una pequeña e indomable reina sabía cómo manejar a la guerrera.
Con firme determinación, Gabrielle agarró por la muñeca una de las
casi inmóviles manos de Xena atrapándola sobre su muslo. Sus ojos
nunca abandonaron los de Xena, mirando profundamente ese azul brillante.
Parte de ser una reina consistía en tirar un poco de las riendas para
asegurarse de que su soberanía no fuese cuestionada. Y así se
quedaron, quietas y en silencio, excepto por la excitada respiración de
Xena. El espacio entre ellas estaba cargado de tensión mientras
esperaban a ver si la guerrera permitiría ser domada. Los ojos de
Gabrielle se suavizaron cuando sintió el cuerpo de la guerrera perder
algo de tensión, y le dejó libre la muñeca. Cuando la reina estuvo
convencida de que Xena iba a comportarse, sonrió dulcemente. Elevando
su mano, la reina rozó ligeramente la cálida piel del cuello de Xena
hasta detener sus dedos sobre el punto exacto en que su pulso latía con
más fuerza. Presionando en ese lugar, Gabrielle sintió hasta dónde
era capaz de afectar a la guerrera. Con un susurro, la reina movió su
mano hasta la mejilla de Xena, y el calor que se le reveló allí hizo
aparecer una sonrisa en su cara. ¾¿Sabes
lo hermosa que te pones cuando estás excitada, Xena? Xena
permaneció inmóvil, perfectamente consciente de su cuerpo sobre el de
Gabrielle, de sus manos descansando contra los cálidos muslos, de las
piernas de la reina cerradas sobre ella, presionando contra ella. Cuando
sintió la mano de Gabrielle acariciar su mejilla, respiró
profundamente tratando de calmarse. Eso era lo que Gabrielle podía
hacer con ella; en un momento determinado su amante la forzaba hasta el
límite y al siguiente le pedía que se detuviera. Ambas cosas planeadas
para despertar sus emociones, su mente y su cuerpo al mismo tiempo. Sin
embargo, eso no era todo lo que Gabrielle había hecho por ella. Antes,
la pasión de Xena se traducía en un poder absoluto sin preocuparse ni
respetar a aquellos que conquistaba. La guerrera no podía negar que su
pasado era oscuro, pero Gabrielle le había enseñado que el poder más
grande no provenía de la fuerza, la crueldad o el terror. El mayor
poder surgía cuando era dado libremente y recibido con respeto. Venía
de aceptar responsabilidades y de no explotar nunca. Y venía de amar lo
suficiente como para confiar completamente y que la otra persona
confiase del mismo modo. Esta lección era una de las muchas cosas que
Gabrielle había dado a la guerrera fácil e inconscientemente, porque
eso era lo que su bardo, su reina, su amante había sabido siempre. Gabrielle
miró a los ojos de la guerrera e intentó ver en ellos el lugar al que
habían ido sus pensamientos. Con la suave presión de las yemas de sus
dedos, atrajo a Xena de nuevo hasta ella. Inclinándose hacia delante,
llevó sus labios hasta los de Xena, besándola levemente, y retirándose
después. Entonces volvió a hablar, susurrando las palabras. ¾¿Sabes
lo mucho que te quiero? Xena
aspiró profundamente y siguió mirándola a los ojos. Toda su atención
estaba centrada en Gabrielle, en sus palabras, en su cuerpo, en su
esencia. Haría cualquier cosa por esa mujer. Una vez más, sintió
doler su corazón por lo mucho que amaba a Gabrielle y lo mucho que
deseaba demostrárselo. Xena vio cómo esos ojos verdes se suavizaban
cuando el cuerpo de la guerrera comenzó a temblar ligeramente bajo la
tensión de sus sentimientos por ella. Avanzando de nuevo, Gabrielle
presionó sus labios contra los de Xena y susurró unas palabras sobre
ellos. ¾Confía
en mí. Xena
cerró los ojos cuando los labios de la reina se elevaron para besar una
de sus oscuras cejas, y luego la otra. Su respiración acarició la cara
de Xena y sus palabras le parecieron cálidos copos de nieve cayendo
sobre su piel. ¾Te
quiero. Con
esto, el cuerpo de Xena tembló al sentir que Gabrielle se inclinaba con
más fuerza entre sus brazos y abandonaba el soporte de la puerta. Con
los brazos alrededor del cuello de la guerrera, los labios de la reina
encontraron su oreja y la besaron suavemente, para calmarla y excitarla
al mismo tiempo. Respirando cerca del oído de Xena, la reina susurró
una petición. ¾Déjame
poseerte. Aquella frase lo
consiguió. Fuese lo que fuese que Xena se reservara, cualquiera que
fuese el control que todavía poseía sobre sí misma, se lo entregó
libremente a Gabrielle. Esta noche iba a darse a una Reina, e iba a
permitirle tenerla completamente, todo lo que era. En ese momento,
pertenecía por completo a la mujer que tenía entre sus brazos. Sosteniendo a Gabrielle
firmemente, Xena giró y la transportó armoniosamente hacia la cama,
sin dejar nunca de mirarla a los ojos. Con infinito cuidado, la
guerrera depositó a Gabrielle en el borde. Cuando Gabrielle estuvo
sentada y hubo soltado sus brazos y piernas, Xena clavó una rodilla en
el suelo frente a su reina. Mirando fijamente a Gabrielle, la guerrera
dio un profundo suspiro ante la belleza que tenía delante y tragó
saliva. Lentamente, se inclinó hacia delante y colocó un beso en la
superficie de la mano de Gabrielle, que descansaba sobre su rodilla.
Retirándose, dejó a sus ojos azules llenarse de toda la emoción que
sentía. Suavemente, con voz
entrecortada, le ofreció todo a su reina. ¾Todo lo que tengo, es tuyo. Sea lo que sea lo que desees, te lo
daré. Todo mi amor, mi corazón, todo es para ti, Gabrielle. Tómalo... La emoción entrecortó
la respiración de Gabrielle. Había oído a Xena susurrarle palabras de
amor antes, había escuchado sus promesas de amor. Habían hablado de la
vida, del pasado, del presente, del futuro. La guerrera podía no ser
necesariamente la más pródiga de las conversadoras, pero cuando
hablaba, sus palabras eran bien escogidas y sinceras. Sin embargo,
aquella frase pronunciada por la guerrera arrodillada frente a ella, era
lo más profundo y sentido que jamás había escuchado. Y Gabrielle lo
aceptó como lo que era: una entrega absoluta. La Reina había sido honrada con un
regalo que casi sintió no merecer, un regalo que guardaría siempre
como algo muy preciado. Alzando su mano,
Gabrielle dejó sus dedos alisar con cuidado el negro cabello que caía
junto a la cabeza de Xena. Con su mirada, comunicó a la guerrera
exactamente lo que esas palabras le habían hecho sentir. Esta noche, la
reina deseaba dar tanto como ella tomaría, amar tanto como fuera amada.
Gabrielle sonrió suavemente y asintiendo hacia Xena con un ligero
movimiento de su cabeza, le
prometió tanto como acababa de aceptar. Inclinándose hacia
delante, Gabrielle depositó un suave beso sobre la frente de la
guerrera, acompañando el roce con sus palabras. ¾Gracias. Con sus labios demorándose
sobre la piel de la guerrera, Gabrielle inhaló el olor del sedoso pelo
de Xena. Le recordó a... ¿canela? ¿O era nuez moscada, con una pizca
de naranja? Fuera lo que fuese, ese aroma estaba tan profundamente
arraigado en Gabrielle como el sonido de la voz de Xena, la sensación
de sus caricias o el sabor de su piel. Dejó a sus labios deslizarse
lentamente, y fue depositando pequeños besos unos debajo de otros. Cada
uno era un agradecimiento, cada uno era una promesa y, cada uno, una señal
de amor. Retirándose, la reina
mantuvo su mano entre el suave cabello durante un momento, mirando
fijamente a los ojos de la guerrera.
Muy despacio, las yemas de sus dedos se deslizaron bajando por la mandíbula
de la guerrera hasta descansar otra vez bajo la fuerte y orgullosa
barbilla de su amor. Con una suave presión, pidió silenciosamente a
Xena que se levantara. La reina miró con gran interés como su guerrera
se erguía completamente delante de ella, una mujer en verdad magnífica.
Una mujer magnífica, pero en realidad con demasiada ropa encima. Gentilmente, Gabrielle
le sonrió, cabeceó y emitió su orden. ¾Desnúdate. Estirando su mano, la
reina indicó con el movimiento de sus dedos y sus ojos lo que ella quería
exactamente de la guerrera. Su mano vagó hacia abajo deslizándose a través
del cuero y la armadura y terminó por agarrar una de las oscuras tiras
de cuero de la falda de Xena mientras sonreía. En el último momento,
agregó una necesaria aclaración a su mandato. ¾Despacio. En ese momento, no hacía
falta ser un genio para comprender que Gabrielle estaba disfrutando
bastante de su nuevo cargo. Recostándose sobre la cama, se apoyó sobre
sus codos mientras miraba a
su princesa guerrera acatar lentamente sus órdenes. Sus ojos verdes
relampagueaban mientras Xena mantenía los suyos fijamente sobre
Gabrielle y sus manos se dirigían a su cintura
y desabrochaban el cinto que sujetaba la vaina de su espada. Dejándola
caer cuidadosamente a su lado junto con el chakram, la guerrera siguió
desvistiéndose. Mordiendo su labio inferior, la reina contempló el
trabajo de los fuertes dedos de Xena desabrochando uno tras otro los
anclajes metálicos que sostenían el peto de la armadura en su lugar.
Retirándolo de su cuerpo, Xena hizo una pausa y se irguió. Los apreciativos ojos de
la reina vagaban sobre el alisado cuero, absorbiendo las oscuras y gráciles
líneas. Gabrielle sonrió, recordando lo suave y cálida que resultaba
esa prenda de cuero al tacto, motivo por el que, a menudo, encontraba
difícil mantener sus manos lejos de Xena. Con un leve asentimiento y la
mirada fija, Gabrielle indicó que la guerrera podía continuar. Inclinándose, Xena
deshizo las correas y los lazos de sus botas y rodilleras. Sacando los
pies de ellas, la guerrera se incorporó para conectar de nuevo con los
ojos de Gabrielle. Lentamente, aflojó los cordones de sus guanteletes y
los deslizó también uno tras otro. Cuando ya sólo le quedaban los
brazaletes y la prenda interior de cuero, Xena levantó
(respetuosamente) una ceja hacia su reina, preguntando en silencio si
quería ver más. Divertidamente,
Gabrielle sonrió a Xena. Con las manos reposando sobre su estómago,
los codos sosteniéndola incorporada y las piernas pendientes sobre el
borde de la cama, contaba con una vista privilegiada del porte de la
guerrera. La reina se acarició la barbilla y levantó una ceja. Por
supuesto que quería ver más. Servicialmente, Xena
abrió la anilla de la correa que ceñía su corpiño de cuero y deslizó
el metal por su hombro. Después de repetirlo sobre el otro, la guerrera
sonrió ligeramente al dirigir sus manos detrás de ella para aflojar
los cordones traseros. Para este movimiento naturalmente le fue
necesario arquear su cuerpo, lo cual provocó que sus pechos quedaran aún
más disponibles a la inspección de la reina. Ninguna queja de su
Alteza Real. Finalmente, llegó la
hora para Gabrielle de deleitarse sobre su reinado. Xena balanceó sus
caderas y su cuerpo, despacio, suavemente, mientras tiraba sensualmente
del cuero hacia abajo. Sus ojos nunca dejaron de mirar a la reina, y
Gabrielle por su parte examinaba cada centímetro de la bronceada piel
que se iba descubriendo. Sus ojos verdes parpadeaban deambulando de un
pecho a otro cuando la reina entreabrió sus labios mirando a la
guerrera. Xena vio a la reina tragar saliva cuando finalmente el cuero
sobrepasó sus caderas y siguió hacia abajo. A mitad del muslo, se
limitó a soltarlo y dejarlo caer al suelo. Aspirando profundamente,
los ojos de Gabrielle se movieron sobre la forma desnuda de la guerrera,
admirándola y adorándola completamente. Xena era una belleza, sin
lugar a dudas, pero la verdad era que eso no era lo más importante para
Gabrielle.No le importaba cómo fuese físicamente, y no la habría
amado menos de haber sido de otro modo. La guerrera quedó allí en
silencio y aceptó el descarado examen de la reina. Algunas veces, Xena
se sentía más cercana a Gabrielle cuando estaba desnuda ante ella,
como si así le mostrara a su amante la verdadera Xena, sin nada que
ocultar. Vio a la reina incorporarse y sentarse en el borde de la cama y
se acercó cuando Gabrielle lo indicó con su mirada. Con su mano, la
reina tocó suavemente una de las caderas de la guerrera, sonriendo al
sentir su calor. Los dedos de Gabrielle acariciaron la piel de Xena y
trazaron un camino por su cintura hacia sus oscuras
curvas. El cuerpo de Xena se estremeció ligeramente cuando los
dedos de la reina se deslizaron entre sus pliegues durante un breve
instante. Xena entrecerró los ojos y dejó escapar un profundo suspiro
en reacción al toque. Sus ojos azules ardieron al observar a Gabrielle
llevarse las yemas de los dedos a los labios y degustarlos. Casi cayó
de rodillas ante la visión. La reina estaba en
completo éxtasis, con los ojos cerrados mientras sus dedos se le
deslizaban entre los labios. Un suave gemido de satisfacción escapó de
la garganta de Gabrielle mientras su lengua lamía sus cálidos dedos.
De hecho, a Gabrielle le gustaba considerarse una auténtica experta en
el género, con un paladar refinado por años de experiencia culinaria,
pero nada se comparaba, nada en
absoluto podía acercarse al sabor de Xena. Si tuviese que vivir únicamente
a base de aquella sustancia dulcemente salada, lo haría encantada. Abriendo sus ojos
lentamente, los labios de Gabrielle se curvaron en una sonrisa increíblemente
sensual y completamente
encantadora. Sus ojos verdes brillaron ante el rubor que cubría el
cuello y las mejillas de Xena por lo que acababa de presenciar. La mano
de la reina se dirigió hacia la cadera de Xena y la asió levemente.
Con los dedos todavía húmedos, su voz sonó profunda cuando se dirigió
a Xena. ¾Date la vuelta. Xena obedeció y se giró,
quedándose lo más quieta posible dadas las circunstancias. Su
entrenamiento como guerrera le había proporcionado cierta capacidad de
control, pero le resultaba difícil dominar el ligero estremecimiento
que recorría su cuerpo. Por parte de la reina, Gabrielle no podía
apartar sus ojos de los músculos que divisaba en la espalda de la
guerrera. Con cada movimiento que Xena hacía, un músculo se flexionaba
en respuesta. Dejando sus ojos deslizarse, Gabrielle siguió hacia abajo
las sólidas líneas, recorriendo el lugar en que la cintura de la
guerrera se estrechaba ligeramente para pasar luego a la curva de su
cadera, y llegar a sus muslos. La reina murmuró para sí mientras sus
ojos descansaban sobre la firme y suavemente redondeada carne. Levantándose,
Gabrielle se colocó tras Xena y dejó a sus manos seguir el camino que
sus ojos habían tomado antes hasta que reposaron al final del trayecto.
Restregando su mejilla contra la espalda de Xena, exhaló un ronroneo
suave. ¾Muuuy
bien... La
guerrera cerró los ojos al sentir las manos de Gabrielle sobre ella y
respiró profundamente cuando esas manos permanecieron ahí pero
comenzaron a moverse despacio, acariciándola lentamente. Podía sentir
el cálido aliento de la reina contra su espalda. Abrió los ojos rápidamente
cuando notó las manos de Gabrielle deslizarse ligeramente y a ella
rodearla de nuevo. Ahora, frente a frente, Xena miró de arriba abajo a
Gabrielle, admirando el rubor de su rostro. Tomando las manos de la
guerrera entre las suyas, Gabrielle las colocó sobre sus propias
caderas y habló con voz baja y seductora. ¾Ahora
desnúdame. En
cualquier otras circunstancias y dado lo excitaba que estaba, Xena habría
rasgado directamente las ropas que cubrían el cuerpo de Gabrielle. En
lugar de eso se descubrió con sus manos inmóviles sobre las caderas de
la reina. Mirando al interior de esos ojos, la guerrera vacilaba.
Gabrielle sonrió ante la insólita calma que Xena estaba demostrando en
lo que a desnudarla se trataba. Dioses, había perdido la cuenta de las
veces que Xena había roto su falda o rasgado su top,
por no mencionar claro esas otras en las que no se había tomado tantas
molestias, dejando la ropa donde estaba y haciéndole el amor frenéticamente.
Al parecer su labor como reina no había terminado, así que Gabrielle
atrajo a Xena más hacia sí, guiándole las manos hasta su espalda. ¾La
falda. Murmuró
mientras giraba la cabeza, admirando la línea del bíceps de Xena
contra su brazalete de cuero (el cual Gabrielle había decidido dejar ahí
por razones puramente estéticas). Tras sentir los dedos de Xena
desabrochar su cinturón de amazona, Gabrielle escuchó el peso del
adorno caer y golpear el suelo, junto con las múltiples capas azules y
moradas de su falda. Xena
aguantó la respiración un momento cuando sus manos y luego sus ojos
descubrieron que la reina no llevaba nada bajo la falda. Esto no debiera
haber sido una sorpresa, pero lo que sí hizo fue estremecerla por la
repentina y cálida sensación de la piel desnuda. Apartándose de la
guerrera, Gabrielle dejó que las manos de Xena se deslizaran hasta su
cintura, y sus ojos entre éstas. Xena podría haberse perdido en ese
laberinto sin importarle lo más mínimo. De hecho, esperaba hacerlo
antes de que la noche acabara. Sin que la reina tuviese tiempo de
hablar, Xena apoyó una de sus rodillas en el suelo y empezó a
desatarle las botas, con los ojos completamente absortos en lo que tenía
delante. Los firmes muslos y los suaves bucles se encontraban a tan solo
unos centímetros de distancia. Cuando Gabrielle sacó sus pies de las
botas, Xena las apartó a un lado y se inclinó hacia delante sin pensárselo
dos veces, puesto que lo único que pretendía conseguir era un ligero
indicio del olor y el sabor de la reina. Sin
embargo, antes de que se acercara más, la mano de Gabrielle en su
cabeza le hizo levantar la vista. Con una sonrisa y un gesto, la reina
ordenó a Xena que volviera a levantarse, negándole ese momento que
tanto necesitaba. La profunda respiración y la leve capa de sudor que
humedecía el pelo sobre la frente de la guerrera eran pruebas de la
tensión a la que su cuerpo estaba siendo sometido. Extendiendo el
brazo, Gabrielle señaló con la barbilla en dirección a uno de sus
guanteletes de cuero. Las manos de Xena obedecieron y despojaron a
Gabrielle del izquierdo, dejándolo caer inmediatamente al suelo.
Manteniendo todavía ahí el brazo, la reina indicó que quería que
hiciera lo mismo con el brazalete. Con
esto último, lo único que quedaba sobre su cuerpo aparte del top
de amazona era su insignia ceremonial de Reina. Xena sabía que esa
labrada pieza metálica era el distintivo del rango y la posición de
Gabrielle. Vio a la reina girar ligeramente su cuerpo para presentarle
el otro brazo, aún vestido. Por primera vez, Xena se dio cuenta de que
la habitación estaba iluminada por varias velas y que su suave luz
lanzaba destellos sobre el metal. Xena no podía apartar la mirada de la
pieza, paralizada no sólo por verla sobre el brazo de Gabrielle, sino
también por lo que significaba que ésta la tuviera. Antes
de tocarlo Xena miró a Gabrielle, quien manifestó su permiso con una
sonrisa. Una vez más, la guerrera alzó reverentemente sus manos y
separó el guantelete de la insignia, deslizando la prenda de cuero
fuera del brazo de Gabrielle, desenganchando la cinta de ante de uno de
los dedos de la reina y arrojándolo al suelo. Los dedos de Xena
subieron y cubrieron el laboriosamente tallado metal, sorprendiéndose
por el hecho de que el cuerpo de Gabrielle había dotado de calidez a la
pieza. Con la cabeza girada ligeramente, la reina observaba permitiendo
que los dedos de la guerrera tocaran el tibio metal. Inclinándose hacia
abajo, Xena dejó que sus labios rozaran su intrincado diseño cerrando
los ojos ante su débil sabor metálico. Con una mano, la guerrera rodeó
la cintura y deshizo los amplios nudos de la parte de atrás del top de Gabrielle, con los labios todavía sobre la insignia hasta
que la reina se volvió para quedar cara a cara con ella. Sonriendo,
Gabrielle asintió suavemente y Xena liberó las tiras de cuero y retiró
con delicadeza la prenda marrón del cuerpo de la reina, con la insignia
metálica pegada a ella. En lugar de arrojarla, Xena la colocó
reverentemente sobre la pequeña mesa situada junto a la cama, sin que
sus ojos abandonaran en ningún momento a Gabrielle. En ese momento, las dos
permanecieron de pie, la una frente a la otra, sin barreras. Lo único
que adornaba el cuerpo de Xena eran sus dos brazaletes de cuero, con el
bronceado torbellino ornamental resplandeciendo débilmente a la luz de
las velas. La reina por su parte, sólo llevaba su collar de amazona,
una hilera de suaves plumas que adornaban la superficie de su piel. Todo
se intensificaba a medida que se miraban la una a la otra, sus ojos
cayendo sobre las suaves curvas y atrapando su creciente pasión -- el aúreo
verde transformado en el color de un fértil y oscuro bosque; el
celestial azul en el de un agitado e indomable océano. Reina y guerrera
se estremecían sensiblemente. La reina hizo el primer
movimiento, por supuesto. Se tendió, tomando la mano de Xena, y tiró
de ella hacia la cama hasta hacerla detenerse en el borde. La guerrera
escuchó una música débil que llegaba desde el exterior hasta la
puerta del balcón, muy probablemente del piso de abajo, pensó antes de
que su atención se dirigiera de nuevo a la reina. Gabrielle había
trepado sobre la cama y se había situado en medio de un montón de
suaves cojines azules y verdes. La reina parecía totalmente regia, sus
musculosas piernas casualmente extendidas delante de ella, con una mano
descansando sobre su firme abdomen mientras sus dedos trazaban
ociosamente pequeños círculos contra su piel. Ese ligero movimiento
era hipnótico. Xena finalmente alzó los ojos para encontrarse con los
de la reina en la callada servidumbre nacida del amor. Sonriendo, Gabrielle
inclinó la cabeza y lanzó una mirada hacia el punto de la cama en el
que esperaba que se sentara su guerrera. Los ojos de Xena permanecieron
sobre Gabrielle a medida que ponía las manos en el borde de la cama,
después la rodilla, y gateó fácilmente hasta su sitio. Las sábanas
de seda debajo de ella eran frías y resbaladizas al tacto, un alivio
para su acalorada piel. Mirando a la izquierda de la reina, Xena
descubrió por primera vez que la mesa sostenía una bandeja con copas y
recipientes llenos de vino, así como cuencos repletos de dulces. Su
amante lo había preparado con anticipación y Xena sonrió
interiormente, reconociendo lo hábil que era Gabrielle como reina,
siempre un paso por delante de la guerrera esa noche. Todavía con las
manos y las rodillas sobre la cama, Xena esperó una señal de Gabrielle. Elevando la barbilla, la
reina le concedió permiso para colocarse de nuevo sobre sus rodillas y
sentarse, con las manos simplemente descansando en lo alto de sus
muslos, como de costumbre. Hubo algo en el modo en que Gabrielle
entrecerró los ojos, casi como desafiándola, que confirmó a Xena que
la reina tenía algo planeado. Los ojos de la guerrera percibieron el
ligero movimiento de la mano de Gabrielle al mismo tiempo que su pierna
comenzaba a doblarse, y su pie vino a descansar a la parte alta de la
cama. Los ojos azules tomaron el resplandor del sol al ver a Gabrielle
abrir las piernas. Rápidamente, alzó la vista hacia la verde oscuridad
que ardía lentamente, antes de que su mirada cayese de nuevo sobre el
cuerpo de la reina. Muy despacio, la mano de Gabrielle se deslizó sobre
los músculos de su abdomen, sus dedos resbalaron sobre los enredados y
suaves rizos dorados y llegaron a descansar entre dos brillantes labios
color rubí. Con un murmullo, la
reina emitió su siguiente orden con una voz que era puramente cándida
en su intensidad. ¾Mira. Cómo la guerrera se las
ingenió para no lanzarse sobre Gabrielle en ese momento fue un misterio
sobre el que hablarían durante lunas. Con esa única palabra, la reina
absorbió la atención de Xena por completo, así como su total devoción.
Incluso aunque lo hubiera querido, Xena no podía mover un músculo, tan
paralizada estaba por el espectáculo que tenía ante sus ojos. En una rápida
sucesión, dejó escapar un medio gemido, su respiración se aceleró al
doble, sus manos se aferraron a sus muslos, su cara se encendió en un
rojo oscuro y ella prácticamente se fundió ante lo que veía. Dioses,
Gabrielle era buena. La reina se tumbó sobre
las almohadas, mostrándose como una diosa o incluso más perfecta que
eso. Con el primer contacto, Gabrielle cerró con fuerza sus ojos
mientras inhalaba aire lentamente, sabiendo que no tendría que
preocuparse de que Xena siguiera su orden. Con la misma infinita
paciencia que había mostrado a lo largo de toda la noche, Gabrielle se
tomó su tiempo. La reina pretendía llevar a cabo una exhibición real
para su audiencia, su particular audiencia. Xena observabó el
escaso movimiento de Gabrielle, con dos de sus dedos anidados entre los
húmedos labios. Sus azules ojos se estrecharon cuando vio
aquellos dedos curvarse ligeramente, deslizándose apenas en el interior
de Gabrielle. Ésta suspiró quedamente, pero aun así el sonido llegó
hasta los oídos de Xena y más allá. Luego los retiró lentamente, de
forma que la humedad que los cubría quedó a la vista. Abriendo sus
empañados ojos verdes, la reina usó esa mano para indicarle a Xena un
punto entre sus extendidas piernas. Quería a la guerrera cerca de su
mano y, dirigiéndose a ella, Gabrielle susurró en voz baja. ¾Prueba. ¿Cómo podría Xena no
aprovechar la oportunidad? La guerrera se apoyó hacia delante y abrió
la boca ávidamente, tomando ambos dedos de Gabrielle en su interior.
Sin pensar, Xena agarró fuertemente la muñeca de la reina, deseando
que el regalo no le fuera arrebatado de repente. Cerrando sus ojos,
emitió una especie de ronroneo desde el fondo de su garganta ante el
exquisito sabor que llenó su paladar. Saboreándolo todo, Xena dejó
que su lengua recorriera cada uno de los dedos de Gabrielle, chupando
levemente toda su superficie. El sabor de su reina le hizo morderla
delicadamente, sujetando cada dedo con los dientes mientras su lengua
resbalaba alrededor y entre ellos. No planeaba dejarla ir hasta que se
hiciera con cada pequeña gota de Gabrielle. Cuando abrió los ojos,
Xena se encontró con una ceja muy levantada que le respondía. No era
que a la reina le disgustara lo estaba haciendo, sino la mera
presunción de que la guerrera podía simplemente hacer lo que quisiera
al sujetar la muñeca de Gabrielle. La verdad del asunto era que
Gabrielle disfrutaba viendo las reacciones de Xena, pero en este momento
ella llevaba las riendas. Bajando la vista, Xena soltó rápidamente la
mano de la reina y Gabrielle se retiró. La guerrera no pudo por menos
que mostrar una sonrisa libertina y encogerse de hombros. La mano de
Gabrielle rápidamente fue a la barbilla de Xena para capturar los ojos
de la guerra y mirarla de modo desafiante. Hubo silencio durante
unos momentos mientras azul y verde se batían en duelo. Con uno de sus
dedos Gabrielle recorrió el labio inferior de Xena, de forma que pudo
comprobar que el leve
indicio de su gusto todavía permanecía en él. Respirando
profundamente, Xena entrecerró los ojos. Los músculos de su cuerpo
temblaban por la fuerza de su excitación. La barbilla de Gabrielle se
elevó unos milimetros y su guerrera se sometió, bajando primero la
mirada. Gabrielle sonrió mientras sus dedos se deslizaban sobre las
acaloradas mejillas de la mujer. La reina había ganado otra vez. Gabrielle tomó entonces
las manos de Xena entre las suyas y, doblando la otra pierna, las colocó
sobre sus rodillas alzadas. Se sonrió un poco cuando sintió el fuerte
tacto de Xena y sus cálidas manos. Definitivamente, su guerrera estaba
lista y ella quería que Xena mantuviese contacto con su cuerpo para
esto. Xena contempló cómo
Gabrielle movía las manos abajo sus propios muslos, con un toque tan
leve que las yemas de sus dedos apenas tocaban la superficie, pasando
sobre los claros rizos. Una de las manos de la reina siguió subiendo
por su cadera y luego a través de su bien torneado vientre, tomándose
su tiempo antes de alcanzar su destino final. La respiración de la
guerrera se detuvo un momento cuando vio las yemas de los dedos de
Gabrielle moverse ligeramente sobre uno de sus pechos, trazando círculos
alrededor de las firmes curvas antes de cernirse sobre el pezón. Tras
echar un vistazo al rostro de Gabrielle, Xena respiró hondo y volvió a
mirar hacia su mano. Con movimientos
enloquecedoramente lentos, la yema del dedo de Gabrielle comenzó a
rodear su pezón, y la sensibilizada carne a responder inmediatamente al
roce. La reina emitió un suspiro mientras cada movimiento le
proporcionaba más presión. Xena apenas pudo mantenerse erguida cuando
vio el rubor que inundaba el rostro de Gabrielle, cuando dejó de rodear
y comenzó a comprimir la endurecida carne. Al tirar del pezón, la
reina dejó escapar un lento gemido, cerrando los ojos ante aquella
sensación. El cuerpo de Xena tembló de modo incontrolable con ese
sonido, y luego advirtió que la otra mano de Gabrielle
había comenzado su propia exploración. Iba a morir, lo sabía.
Contemplar a Gabrielle significaba siempre una muerte lenta, dulce. Los ojos de Xena estaban
clavados en los dedos de su reina cuando una vez más se abrieron camino
a través del enredado y húmedo pubis dorado. Con la habilidad nacida
de la experiencia, los dedos de la reina se deslizaron primero hacia el
interior, y luego hasta el centro mismo del lugar para el cual Xena vivía
en ese momento. Gabrielle emitió un gemido más fuerte cuando sus dedos
encontraron ese lugar, tan familiar. Sabía exactamente lo que estaba
haciendo. Xena agarró con más fuerza las rodillas de Gabrielle, su cabeza
descendió inconscientemente hasta situarse entre las rodillas de la
reina, y sus ojos recorrieron primero aquellos dedos escurridizos para
pasar luego a la masajeada y excitada piel y a la expresión de la
reina. La guerrera emitió
un suave murmullo ante la visión del rostro de Gabrielle. Con la cabeza
ligeramente ladeada, los ojos de la reina se mantenían cerrados
mientras un rubor ardiente viajaba por su pecho y su cuello hasta sus
mejillas. Sus labios estaban entreabiertos, su respiración se aceleraba
cada vez más y sus graves gemidos se intensificaban. Una ligera capa de
humedad sobre su frente mojaba los dorados mechones de su cabello. Para
Xena, Gabrielle nunca había estado más hermosa. Cuando sintió que las
caderas de la reina comenzaban a elevarse ligeramente, los ojos de Xena
se vieron atraídos nuevamente hacia abajo, entre las piernas de
Gabrielle. Sin pensarlo, giró su cabeza y con vehemencia besó el
interior de la rodilla de Gabrielle, sin apartar sus ojos de la mano de
la reina. No estaba segura de lo que Gabrielle hacía exactamente con
sus dedos, pero la reina había hecho lo mismo a Xena las suficientes
veces como para que adivinase cómo era: brillantemente intenso. Con
movimientos rítmicos, los dedos de Gabrielle presionaban contra sí
misma, las yemas de sus dedos se deslizaban alrededor de la pequeña
extremidad endurecida, enrojecida por la excitación. A cada roce, con
cada círculo, los profundos gemidos de la reina se hacían más fuertes
y prolongados, provocando el aumento de la lujuria de la guerrera. La propia respiración de Xena se estaba acelerando contra la
pierna de Gabrielle mientras sostenía las rodillas de la reina y miraba
las subidas y bajadas de sus caderas, con la misma lenta cadencia de sus
dedos en movimiento. Los dientes de la guerrera encontraron la tibia
carne del muslo de Gabrielle, cerca de su rodilla, y la mordió
suavemente mientras la besaba. Necesitaba
estar totalmente unida a la reina mientras su cuerpo respondía a lo que
sus ojos estaban contemplando. Ella también estaba más que húmeda. Los ojos de la guerrera
se dirigieron a la reina cuando sintió que agarraba una de las manos
con la que sostenía sus rodilla y entralazaba sus dedos fuertemente con
los de Xena. Mientras, su otra mano continuaba moviéndose de forma
constante. Con sus ojos firmemente centrados en los de Xena, Gabrielle
comenzó a temblar al tiempo que sus gemidos llenaban lentamente la
habitación y a la propia guerrera. Quería que Xena oyera exactamente
lo bueno que era lo que estaba sintiendo, y quería que también lo
viera. Ni mil carros de guerra podrían haber separado a Xena de su
reina. Gabrielle estaba imponente. Elevando sus caderas y
manteniéndolas al nivel de los ojos de Xena, los dedos de Gabrielle se
deslizaron lentos y escurridizos, rozando con perfecta precisión contra
la sensible carne. La guerrera respiraba fuertemente junto con Gabrielle
manteniendo sus labios, su lengua y sus dientes contra el muslo de la
reina. Sintió los dedos de Gabrielle presionar contra los suyos cuando
ésta inmovilizó todo su cuerpo excepto su otra mano. Atrapando los ojos de
Gabrielle, Xena vio la lucha que sostenía para poder mantenerlos
abiertos. Con la cabeza contra las almohadas, la boca de la reina estaba
abierta pero ningún sonido salía de ella. Podía ver que Gabrielle
estaba justo al límite y Xena esperó totalmente inmóvil con ella,
incapaz de hacer otra cosa aparte de mirar, mientras su propio corazón
la golpeaba frenéticamente. El único movimiento entre las dos era el
de los dedos de Gabrielle, acariciándo en deliberadamente lentos círculos,
mientras ambas contenían la respiración. Era un momento de completa
perfección. De repente, las caderas
de Gabrielle se elevaron un poco más alto y Xena la oyó exhalar: “¡Oh
Dioses!” cuando la reina se entregó a una sensual, lenta y
prolongada liberación. Apoyando su cabeza atrás, contra las almohadas,
y cerrando los ojos fuertemente, los profundos gemidos de Gabrielle se
mantuvieron sincronizados con el movimiento rítmico de sus caderas. Sus
dedos continuaron lenta y persistentemente mientras disfrutaba cada
vibración de su cuerpo y su otra mano agarraba fuertemente a Xena. Con
una última elevación de su cadera, Gabrielle dejó su cuerpo caer
sobre la cama, y sus piernas se estiraron involuntariamente mientras
tomaba aliento. La mano de la reina permaneció donde estaba,
descansando delicadamente contra los empapados rizos. Para Xena,
Gabrielle estaba magnífica: total, completa, y sin lugar a dudas,
apetecible. La reina apenas fue
consciente del momento en que Xena se soltó de su mano y la cama se
movió ligeramente cuando tomó aliento. El pensamiento que la había
llevado al borde era la reacción de la guerrera hacia lo que ella le
había mostrado esa noche. Sabía que casi había obligado a Xena a
saltarse las normas de sus bien trazados planes. Al sentir calidez sobre
su cuerpo, Gabrielle abrió lentamente los ojos y miró hacia arriba, a
una Xena ardiente y excitada que se mantenía elevada sobre las manos y
las rodillas. La reina comprendió que si quería mantener a su guerrera
bajo control, debería demostrar su favor hacia ella. Incorporándose,
las manos de Gabrielle se deslizaron por los musculosos brazos de Xena,
sobre sus amplios hombros y la columna hasta el cuello de su guerrera.
Podía sentir la tensión en el cuerpo de Xena,
esa energía acumulada
y reprimida de la guerrera que tanto le gustaba. Todo
el cuerpo de Xena vibraba y sus ojos suplicaban a Gabrielle. Cada milímetro
de ella parecía reaccionar cálidamente con el suave contacto de la
reina, como si pequeños pedazos de sol bulleran contra su piel. Mirando
a la reina, Xena no se sentía, en absoluto, incapaz de rogar. De hecho,
algunos podían pensar que La Princesa Guerrera no suplicaba nunca, pero
esta noche, Xena se había metido de lleno en lo que había comenzado
como una pequeña apuesta, pero que se había convertido en un juego de
seducción de proporciones épicas. Parte de lo que lo hacía tan
estimulante era lo improbable de la situación, la idea de la guerrera
sometiéndose a Gabrielle, pero justo porque ella lo había permitido, y
porque Gabrielle había llevado a cabo su parte de un modo tan
convincente, estaba funcionando. Vaya si lo estaba haciendo. En
el momento en que Gabrielle colocó las manos sobre su acalorada cara,
Xena cerró los ojos, y un leve recuerdo de lo que esas manos habían
estado haciendo momentos antes invadió su mente y su cuerpo, recordándole
lo mucho que necesitaba a la reina. Abrió los ojos, capturó los de
ella, y su cálido y profundo color verde le devolvió un amor de
proporciones increíbles, junto con una promesa. Gabrielle parecía
estar esperando la palabra mágica antes de decidir su próximo
movimiento. Con los brazos temblando ya por la tensión, Xena dejó
escapar esa palabra. ¾Por favor. En
ese momento, Gabrielle sintió una oleada de emoción barrerla por
dentro, al darse cuenta del sacrificio y la presión que había impuesto
sobre la guerrera. Esa sola palabra había enviado una señal directa
desde los labios de Xena al corazón de Gabrielle. Con una cálida
sonrisa en su rostro, Gabrielle deslizó sus manos tras el cuello de la
guerrera y tiró de ella hacia abajo. Con infinito afecto, la fría
fachada de la reina desapareció de su voz y fue sustituida por un cariñoso
susurro. ¾Ven
aquí, mi amor. Xena
dejó escapar una leve y susurrante queja cuando sintió sus brazos
ceder, y sus ojos se cerraron ante el enorme placer que la invadió
cuando todo su cuerpo entró en contacto con la calidez de su reina.
Respirando profundamente, dejó que su cara acariciase el cuello de
Gabrielle, inhalando su dulce aroma y estremeciéndose en cada lugar en
que entraban en contacto. Sintió los brazos de la reina alrededor de su
cuerpo, y Xena únicamente fue capaz de depositar pequeños y efímeros
besos sobre su cuello. Era realmente impresionante cuánto amaba a
Gabrielle, ese amor podía
hacerle sentir débil como un gatito o poderosa como un tigre. Y ahora
mismo, con las manos de la reina moviéndose en lentos y sensuales círculos
sobre su espalda, Xena sentía ganas de ronronear. La
guerrera sintió la cabeza de Gabrielle girarse y, aún con los ojos
cerrados, Xena notó los suaves labios de la reina sobre los suyos, en
un cálido beso. Todo lo que Xena pudo hacer fue abrir la boca cuando
Gabrielle la besó, presionando con la lengua en su interior, en lentos
movimientos. Respirando entrecortadamente, el cuerpo de Xena tembló al
sentir las manos de Gabrielle moverse entre su cabello y atraerla hacia
ella para profundizar el beso. Xena no opuso resistencia cuando
Gabrielle giró lentamente y dejó descansar su cuerpo sobre el de la
guerrera. Con todo lo que Xena estaba sintiendo en ese momento, la reina
podría haberle exigido cualquier cosa y ella se lo habría dado tan
libremente como le daba su amor. Tanta era la intensidad de sus
emociones. Al
notar que Gabrielle comenzaba a apartar lentamente sus labios, Xena
mantuvo los ojos cerrados y las manos de la reina viajaron a través de
su pelo, y sus dedos alcanzaron la ardiente cara de la guerrera.
Respirando profundamente, Xena abrió los ojos y miró a Gabrielle, una
tímida sonrisa en su cara enmarcada por su cabello dorado que le caía
por ambos lados. La reina tenía una mano sobre la cama, cerca del
hombro de la guerrera, y sus rodillas pegadas junto a los cálidos
costados y las caderas de Xena. Fue entonces cuando se dio cuenta también
de que Gabrielle estaba apoyada sobre la parte baja de su estómago,
donde la calidez y la humedad le causaban un casi imperceptible temblor
que se extendía por todo su cuerpo. Daba la impresión de que lo único
en que Xena podía centrar su atención eran las ligeras plumas que
colgaban de la gargantilla amazona de Gabrielle, balanceándose hipnóticamente. Con
extremo cuidado, Gabrielle continuó inmersa en esos ojos azules
mientras asió una de las manos de la guerrera con la suya, entrelazando
los dedos. Elevándose ligeramente, la reina le tomó también la otra y
la presionó ligeramente. Xena contempló cómo la reina elevaba ambas y
depositaba suavemente un beso en cada una de ellas, casi como bendiciéndolas,
antes de inclinarse y colocarlas por encima de la cabeza de la guerrera,
de manera que sus pechos quedaron muy cerca de la cara de Xena.
Gabrielle nunca sabría con certeza lo cerca que estuvo la guerrera,
ante esa tentadora visión, de perder el escaso control que mantenía su
cuerpo a raya. Xena
inclinó la cabeza para mirar hacia arriba cuando sintió las manos de
Gabrielle llevar las suyas hasta dos de los postes de madera que
conformaban el cabecero de la cama. Recordó entonces la hilera de
oscuros postes que lo recorrían en toda su longitud, con cierto cariño
y nostalgia. Aquel Dionisíaco fin de semana había sido... ingenioso.
Sonriéndose a sí misma ante el recuerdo, volvió a mirar hacia los
ojos de Gabrielle antes de que la reina retirara sus manos. Con un
seductor susurro, Gabrielle emitió su siguiente orden, volviendo rápidamente
a su papel de reina. ¾Agárrate
bien... Retrocediendo
ligeramente, Gabrielle permitió que uno de sus pechos tocara la cara de
Xena, arrastrándose sobre su cálida piel, a través de su ceja y su
mejilla. Sonriendo ante el temblor involuntario de la guerrera, la reina
desplazó su cuerpo a un lado, asegurándose de que su otro pecho y su
pezón se deslizaran por la mejilla de Xena y sobre sus labios antes de
que Gabrielle descendiera para susurrar en su oído. ¾...
y no te sueltes. Con
las manos alrededor de los postes, Xena se estremeció y obedeció,
infundiéndose valor cuando vio a Gabrielle sentarse de nuevo y
contemplar la figura de la guerrera. Podría haber arrancado aquellos
postes de la cama sin dudarlo a pesar de que no estaba encadenada, pero
por Hades que no iba a soltarse. Flexionando sus músculos, vio los ojos
de la reina admirarse ante la presión del cuero sobre los bíceps de la
guerrera. Xena
estaba extendida sobre la cama, bajo la reina, con los brazos sobre la
cabeza, y cada músculo de su cuerpo contrayéndose. Con un suspiro,
sintió las manos de Gabrielle
descender y recorrer la cara interior de sus brazos con las yemas
de los dedos, haciendo a sus bíceps reaccionar y flexionarse. Con una
mirada, la guerrera vio las manos de la reina continuar bajando muy
despacio a ambos lados de su cuerpo, y tuvo que morderse el labio
inferior para evitar incorporarse ante la cosquilleante sensación. Con
las yemas de los dedos, Gabrielle recorrió el lateral de los pechos de
Xena, sin apenas rozar la cálida piel. Ella no pudo evitar entonces
mover sus caderas ante el suave contacto, pero cuando Gabrielle detuvo
sus manos y elevó una de sus cejas, la guerrera se obligó a mantenerse
inmóvil de nuevo. La reina le dedicó una sonrisa como recompensa. Con
la misma enloquecedora lentitud de antes, las yemas de Gabrielle
empezaron entonces a trazar círculos alrededor de los pechos de la
guerrera, comenzando en las curvas exteriores para luego dirigirse hacia
el centro. Xena inhaló aire y lo mantuvo cuando los dedos de la reina
llegaron al borde de los oscuros círculos, alrededor de sus pezones.
Mirando hacia las manos de Gabrielle, Xena dejó escapar el aire cuando
las yemas de la reina comenzaron a moverse lentamente sobre la tensa
superficie. La guerrera elevó de nuevo sus caderas cuando vio a
Gabrielle cernerse sobre sus pezones, frunciendo sus oscuras cejas y
dejando caer su mandíbula ante lo que vendría después. Y casi se
sintió morir allí mismo cuando las manos de la reina se detuvieron por
completo sobre su cuerpo. Dioses,
no podía aguantar mucho más
esta... tortura. Gabrielle había estado torturándola desde que
subieron las escaleras hasta ese exquisito y doloroso momento. Tomándose
su tiempo, dando órdenes a Xena, tentándola a cada oportunidad,
atormentándola despiadadamente. ¡Era un castigo cruel! ¡Cualquiera
podría verlo! ¿Trataba la reina a todos los que gobernaba con
semejante mano de hierro? Xena estaba absolutamente convencida de que no
saldría de este reinado con vida. Tras relajar sus caderas de nuevo, la
guerrera sintió los dedos de Gabrielle presionar contra sus estimulados
y sensibles pezones con esas mismas, pero ahora delicadas, manos. “Una
vez más..” reflexionó, “... vaya manera de morir.” Gimiendo ante el
contacto, Xena se agarró fuertemente a
los postes de madera mientras sentía que Gabrielle jugaba con
sus pezones, presionando y estirando, circundando y rozándolos. Perdiéndose
en la verde mirada, el aliento de la guerrera se entrecortó, ya que la
atención que sus pechos recibían de la reina se transmitía al resto
de su cuerpo. Sin mover sus caderas (puesto que después de todo había
aprendido la lección), Xena se arqueó ligeramente para asegurarse de
que las manos de la reina tuvieran pleno acceso a cada curva que
desearan tocar. Xena daría el rescate de una reina por sentir los
labios de Gabrielle sobre uno de sus pezones. Por Hades, incluso daría
cinco dinares extra por su lengua si estuviera en posición de
negociar... pero no era así. Gabrielle acariciaba
cada pezón con cuidado, usando sus pulgares, sonriendo a Xena con cada
temblor que percibía en el cuerpo de la guerrera. La reina aumentó su
presión, apretando la carne excitada para mayor placer de Xena y, con
ello, Gabrielle se inclinó hacia delante, colocando su peso sobre ésta
hasta aproximar sus labios cerca de su boca y pararse a escasos milímetros.
Xena buscó entre los ojos verdes y tragó saliva cuando comprendió que
Gabrielle no iba a besarla,
tan sólo pretendía dejar los labios casi rozando con los suyos. La
guerrera podía sentir el cálido aliento de la reina cosquilleando en
su cara. Tortura. Con un toque tan ligero
como un susurro, Gabrielle rozó con sus labios en las comisuras de los
de Xena y dejó su lengua acariciar la esquina de la boca de la guerrera
antes de arrastrarla suavemente a lo largo de su mandíbula. Flexionándose
por la tensión mientras se agarraba a
los postes, Xena sintió los labios de Gabrielle besar su cuello,
mordisqueando un poco para marcar su piel antes de besar el camino hacia
su oído. Allí, la reina hizo una pausa, simplemente respirando sobre
el lóbulo de la guerrera un momento, dejando que Xena pensara... de
todo. Gabrielle, entonces, lo inundó con su lengua y la retiró rápidamente
mientras susurraba a su guerrera. ¾Cierra los ojos. Xena inhaló el leve
perfume del cabello de Gabrielle que cubría su rostro antes de cerrar
los ojos, dolorosamente conscientes de cuánto deseaba mirar lo que la
reina le hiciera. De repente, sintió
a Gabrielle separarse de ella, sus labios abandonar su oído, sus manos
alejarse de sus pechos y su peso retirarse de la mayor parte de su
cuerpo. Todo lo que quedaba era la reina sentada sobre sus caderas y su
vientre. Con la cabeza ligeramente inclinada hacia atrás, Xena intentó
utilizar todos sus otros sentidos para averiguar lo que Gabrielle
pretendía hacerle. La reina se sonrió al
observar la imagen de pura tensión concentrada que ofrecía la
guerrera. Con su largo pelo negro derramado sobre las almohadas de la
cama y su piel de bronce que brillaba a la luz de las velas, Xena se le
aparecía suntuosamente ardiente. Sus labios todavía estaban separados
desde que habían esperado un beso real y sus enrojecidas mejillas ardían.
Gabrielle tuvo que serenarse ella misma ante todo el poder salvaje que
se extendía bajo su cuerpo. Sabía que no podía poner grilletes sobre
Xena y nunca había pretendido privarla de su libertad , de hecho todo
lo contrario. Al igual que Xena la había liberado de una vida que
ciertamente no merecía ser vivida, ella había ayudado a la guerrera a
encontrar su propio camino hacia la esperanza y la redención. Juntas en
el amor, habían encontrado la liberación. Sin embargo ahora mismo,
la reina encontraba la sumisión de Xena realmente inspiradora. Xena
sintió el peso de Gabrielle mudarse ligeramente y que la humedad se
apretaba contra su propio vientre musculoso. Podía oír a la reina que
revolvía en algún sitio, a su derecha, y luego un ligero sonido metálico
antes de que sintiera a Gabrielle recostarse sobre ella. Con los ojos
cerrados, intentó averiguar exactamente lo que ocurría. Dos
pequeños puntos fríos contra sus costados la hicieron saltar
ligeramente. No tenía idea de lo que podía ser aquello que se
arrastraba fría pero suavemente desde sus costillas hasta sus brazos, y
luego volvía a recorrer el camino inverso. O lo que podía estar
rodeando sus pechos siguiendo el trazado exacto que
los dedos de Gabrielle acababan de marcar anteriormente. Xena no
podía identificarlo. Todo lo que sabía era que no eran los dedos de la
reina. Aquello parecía rígido y glacial sobre su piel, y le excitaba
ese misterio. Repentinamente no sintió
ni oyó nada. Suspirando profundamente y apretando nerviosamente los
postes de la cama, Xena esperó lo desconocido. Pareció una eternidad.
Lamiendo sus labios, Xena tragó saliva. En algún lugar sobre ella, la
voz de Gabrielle fluyó con un sutil tono meloso capaz de calmarla. ¾¿Lista? Aquella pregunta tenía
que ser retórica, porque Xena estaba lista desde que llegaron a la
habitación. Su cuerpo había resistido un gran asalto de sentidos y
Gabrielle la había empujado un poco más allá del límite a cada vez.
Si Xena no estaba lista, entonces tendría que encontrar una definición
nueva del término y poner el rostro de la guerrera en los pergaminos,
al lado del concepto. Sin capacidad para articular palabra, la guerrera
sólo pudo cabecear. Eso sí, con entusiasmo. Al principio no percibió
nada, pero entonces sorprendentemente sintió una explosión de
sensaciones que se mezclaban con intensidad. Placer, dolor, presión,
alivio, tensión, liberación; todo ello combinado. Tuvo que luchar para
mantener los ojos cerrados, pero no necesitaba ver para sentir
exactamente lo que Gabrielle le estaba haciendo. Gimió profundamente
ante la idea, el sentimiento y la sensación. ¡Dioses! Los ojos de Gabrielle
adquirieron un tono más oscuro cuando comprobó sus efectos sobre la
guerrera. La luz de las velas en el cuarto destacaron un reflejo
de metal. De algún modo, sospechaba que Xena sabría apreciarlo. Y
francamente, Gabrielle casi lo disfrutaba tanto como ella. La reina había
establecido sin lugar a dudas su propio y particular dominio sobre la
guerrera. Allí, en contraste con la oscura piel de la guerrera, sujetándose
con perfecta presión sobre sus pezones, había colocado los dos
prendedores para el cabello que le dieran las amazonas. Era simplemente
exquisito. Esa era la única palabra que Xena podría utilizar para
describir lo que sentía. Una cantidad exacta de presión sin apenas
dolor. Todas las sensaciones corrían
desde su cuerpo hacia aquellos dos puntos de placer, como si
concentraran el calor del sol y el frío del mar en sus pezones. No podía
pensar nada, su cuerpo ardía totalmente. Extendiendo la mano,
Gabrielle rozó ligeramente con las yemas de los dedos sobre los clips
dorados, obteniendo otro gemido de la guerrera. Aquellos prendedores habían
sido un regalo de Ephiny, confeccionados para el cabello de Gabrielle,
pero perfectamente idóneos en su función actual. Podía ver que el
cuerpo de Xena estaba desesperadamente necesitado. Incluso cuando
simplemente se elevó, la guerrera gimió con el deslizamiento de la
humedad sobre su piel. Todo el cuerpo de Xena era sensible al toque de
Gabrielle. Era hora de liberar a la guerrera. Xena pudo sentir el
esbelto cuerpo de Gabrielle inclinándose sobre el suyo, los pechos de
la reina apretando contra los suyos haciéndole más consciente de los
clips, de los propios pezones de Gabrielle y del delicioso peso del
cuerpo de su amante. Podía sentir el cálido aliento de Gabrielle
contra su oído, susurrándole. ¾No te muevas. Y con esto, Xena protestó
lanzando un gemido cuando sintió el cuerpo de su reina abandonarla, la
pérdida repentina de la adorable piel de Gabrielle no era, en absoluto,
bienvenida. La guerrera se sujetó firmemente a los postes de madera
cuando sintió el temblor de la cama que provocó Gabrielle al
levantarse, dejándola sola, extendida sobre las sábanas de seda azul
oscuro. Respirando profundamente, la guerrera intentó hacer un poco de
meditación, algo que ella creía le permitiría recuperar el control
sobre su cuerpo. Exhalando tras el fracaso, Xena sacudió su cabeza: “Liberarme del deseo, seguro”. Ladeando la cabeza, la
guerrera agudizó su oído hasta hacerlo más sensible a lo que sucedía
a su alrededor. Podía escuchar a Gabrielle quieta junto a la mesilla de
la cama, sirviéndose un vaso de vino. Imaginó a la reina contemplarla
con un aire de suprema confianza a medida que levantaba su vaso y bebía,
y la idea de aquellos ojos verdes vagando sobre su cuerpo produjo un
ligero escalofrío a lo largo de su columna vertebral. Dioses, parecía
una virgen Hestiana por el modo en que se estaba sintiendo, desnuda y
esperando a su diosa. Con una ligera corriente de aire, Xena sintió a
Gabrielle acercarse a la cama. Entonces, sus labios se
tintaron con el vino caliente procedente del dedo de Gabrielle. Xena no
pudo evitarlo y su lengua se deslizó hacia el exterior, saboreando la
sal y las uvas. Escuchó a Gabrielle reírse ahogadamente mientras la
dejaba actuar libremente, por ahora. Xena estaba sedienta hasta extremos
incalculables, y el consuelo del líquido apenas fue suficiente para
satisfacerla. El dedo de la reina abandonó sus labios, pero regresó de
nuevo, esta vez después de que sumergiera dos dedos en su vaso de vino.
Tomando los dedos de Gabrielle en su boca, Xena los chupó tal y como
había hecho antes, con la misma ansiedad. El alivio del dulce vino se
vio acompañado por el creciente deseo de la guerrera. Los dedos de Gabrielle
se recogieron en ese momento, regresaron contra sus labios con renovada
dulzura en ellos. Xena parecía ronronear mientras chupaba la miel de
los dedos de la reina, y su dorado sabor inundaba su boca. Cuando
Gabrielle se retiró y volvió de nuevo, fue con un vaso de mermelada de
bayas, mezclada con grosella e higos. A cada vez, Gabrielle le
proporcionaba algo nuevo para que tomara de sus dedos… cremas
azucaradas, fruta triturada. Era un asalto de sabores que dejaba una
increíble sensación dulce en la boca de Xena, puesto que la tierna
alimentación de Gabrielle excitaba su paladar tanto como su cuerpo. El
último sabor que la reina dejó en su boca fue el más delicioso de
todos, el sabor picante de la propia Gabrielle. Dioses, su reina sabía
lo que hacía. Sintiendo que los dedos
de Gabrielle se retiraban de su boca y no volvían a ella, Xena frunció
el ceño y tuvo que morderse la lengua para no hablar. Era verdad que
elegía sus palabras sabiamente, pero las palabras que intentaba evitar
esta vez eran muy crudas, puesto que lo que estaba cruzando por su mente
era decididamente… primario. Quería suplicar cosas a Gabrielle, quería
ordenarle hacer cosas, y quería gritar. Quería gritar con fuerza.
Expresó con un gruñido su frustración y tiró un poco más fuerte de
los postes, de forma que la madera rechinó bajo la tensión. Un ruido a su derecha la
distrajo y escuchó, oyó a Gabrielle moverse por la habitación,
revolviendo cosas aquí y allá, abriendo cajones. Lo que habría dado
por abrir los ojos y ver lo que la reina estaba haciendo
- lo que la estaba enloqueciendo -
la parte no conocida, especialmente cuando sabía lo creativa que
Gabrielle podía ser. A pesar de no tener la gran experiencia de Xena en
lo referido a asuntos íntimos, ambas se conocían perfectamente por los
dos años que llevaban juntas. Además, Gabrielle poseía una
sensualidad que no provenía de la experiencia, sino de ser una bardo
apasionada y del hecho de que lo percibía… todo. Observaba las pequeñas
cosas que gustaban a Xena, las cosas que podían llamar su atención,
las que podían apaciguarla o excitarla. Gabrielle sabía hacer el amor
del mismo modo que sabía contar historias… con una intensa
naturalidad, una pasional y creativa habilidad. Xena escuchó los
ligeros pasos de la reina atravesar la habitación de vuelta a la cama,
donde se detuvieron. La guerrera apenas era capaz de controlar su cuerpo
por la expectación. Por alguna extraña razón, sentía como si no
hubiera recibido el contacto de Gabrielle durante días, ¿cuánto
tiempo hacía? ¿Una eternidad? Todo en lo que podía pensar era en la
Reina. Todo su cuerpo dolía por Gabrielle, aunque unas zonas más que
otras. Sus músculos se flexionaban y su cuerpo se crispaba contra su
voluntad. Xena era un tigre enjaulado, esperando para ser domesticado...
o para atacar. En la parte baja de la
cama, sintió que Gabrielle escalaba y se situaba cerca de los pies de
la guerrera. Podía oír la ligera respiración de la reina, el rítmico
latir de su corazón, el modo en que se relamía. Xena gimió al sentir
las manos de Gabrielle extenderse y rozarle apenas las plantas de los
pies. Podía incluso oír la sonrisa de Gabrielle. Xena sintió el suave
ataque del pulgar de la reina contra sus pies, y mientras bajo otras
circunstancias eso le habría hecho cosquillas, ahora no hizo sino
enloquecerla. Con suaves caricias, los pulgares de Gabrielle se
desplazaron sobre los pies de Xena antes de que sus manos se deslizaran
y envolvieran los tobillos de la guerrera, de forma que el suave lazo de
la reina la devolvió a la realidad. El cuerpo de Xena en
este punto era flexible, a pesar de la tensión. Gabrielle podría
haberla movido de cualquier forma que hubiese deseado, ella no habría
protestado ni lo más mínimo. La cama y la reina se movieron y Xena
sintió a Gabrielle elevarle las piernas hasta que quedaron dobladas por
las rodillas. Pudo escuchar la respiración de la reina cuando las separó,
abriéndose camino para arrodillarse entre ellas. Allá donde sus manos
la tocaban, quedaba una sensación de hormigueo. Gabrielle contempló a
Xena, con sus ojos verdes completamente oscurecidos ante lo que veía.
Su guerrera se sujetaba a los postes de la cama como si le fuera
la vida en ello, sus ojos estaban cerrados con fuerza, su boca levemente
abierta, un ligero brillo de sudor cubría todo su cuerpo, con las
piernas dobladas y abiertas, y los prendedores de Gabrielle brillando a
la luz de las velas. No estaba segura de que pudiera satisfacer una
necesidad tan grande como la de Xena, pero maldita sea si no lo iba a
intentar. Además, ella había provocado todas las pausas esa noche y
después de todo, era la reina. Xena sintió cómo el
cuerpo de Gabrielle se movía contra la parte interior de sus piernas,
las manos de la reina recorriendo la parte exterior de sus tobillos, sus
rodillas y sus piernas hasta que sus manos se quedaron en las caderas de
la guerrera. Con una ligera presión, sintió las manos de Gabrielle
tirar hacia arriba, indicando a la guerrera que elevara las caderas para
su reina, lo cual ella hizo. Xena tuvo que morderse la lengua otra vez
para acallar su deseo de hablar, de suplicar, de rogar. La guerrera
sintió los dedos de Gabrielle rozar suavemente su piel antes de notar cómo
una de las manos de la reina abandonaba su cadera. Gritó con el primer
contacto de Gabrielle con la parte donde ella era sólo calor y humedad.
Tuvo que resistir el instinto de su cuerpo de dejarse llevar ahí mismo
al sentir los dedos de la reina deslizarse sobre ella suavemente. Sus
caderas empezaron a moverse como respuesta y casi soltó los postes de
la cama. Cada parte de su ser estaba concentrada en los dedos de
Gabrielle. Con deliberada lentitud, la sintió desplazar las yemas de
sus dedos, bajar por un lado y subir por el otro, sin apenas tocar los
rizos oscuros, que estaban completamente empapados. Gritó de nuevo
cuando la reina acarició una zona extremadamente excitada, sus caderas
se elevaron un poco más y clavó los dedos de los pies en las sábanas
ante la ligera presión. Su mente se quedó completamente en blanco
cuando sintió a Gabrielle acercarse y soplar aire caliente en la zona
que sus dedos masajeaban. Dioses... Justo cuando la guerrera
pensaba que no podría contenerse más y que su cuerpo se colapsaría en
una enorme explosión de energía contenida, sintió los dedos de
Gabrielle descender. Con un gemido de frustración, Xena dejó caer su
cabeza de nuevo contra las almohadas y apretó la mandíbula. ¡Negado!
Luego sintió la suave presión de la mano de Gabrielle en su cadera,
devolviéndola al presente, prometiéndole más. Respirando hondo, sintió
la otra mano de la reina deslizarse, sus dedos moviéndose gentilmente
sobre humedad y abriéndola, aunque ella ya estaba preparada. Los dedos de Gabrielle
se retiraron y por un breve momento, Xena supo lo que debía ser perder
la cabeza por pura excitación y necesidad desesperada. Casi daba miedo.
La cama se movió y sintió de nuevo las dos manos de Gabrielle en sus
caderas, agarrándola, hasta que sorprendentemente notó que algo
presionaba entre sus labios separados. Gimiendo, Xena sintió a
Gabrielle comenzar a empujar contra ella mientras sus manos acercaban
las caderas de la guerrera. Fue entonces, cuando sintió la suavidad del
cuero penetrándola, que Xena se dio cuenta de que era, realmente,
esclava de Gabrielle. Al diablo las órdenes
de la reina, Xena abrió los ojos y casi se desmayó con lo que descubrió
ante ella. Ahí, entre sus piernas, Gabrielle estaba de rodillas,
sujetando sus caderas y apretada firmemente contra ella. ¡Dioses! Xena
gimió fuertemente cuando sus ojos atraparon los de la reina. Gabrielle
tenía una pequeña y sexy sonrisa y sus ojos verdes centelleaban.
Estaba claro que disfrutaba. Con el más ligero levantamiento de su
barbilla, Gabrielle retó a Xena mientras se retiraba lentamente, y con
ella la plenitud del cuerpo de la guerrera. Xena gimió ante la presión
y luego por la falta de ella. Su reina era soberbia. Agarrando las caderas de
Xena, los ojos de Gabrielle se oscurecieron y su cara tomó una
apariencia más seriamente sensual. La guerrera miró cómo las caderas
de la reina se movían lentamente y el trozo de cuero la penetraba de
nuevo. Aparentemente, esto era lo que Gabrielle había comprado
secretamente durante su parada en Tracia la semana anterior, excepto que
en su momento le había dicho se trataba de algo para Lila. Muy astuto.
Y muy bueno. Mirando hacia abajo, Xena vio un cinturón marrón
en la cintura de la reina y, a juzgar por como lo sentía en su
interior, el pedazo de cuero unido a él debía medir un palmo y un
cuarto de largo. Los detalles perdieron inmediatamente importancia para
Xena cuando Gabrielle movió lentamente las caderas en círculos,
presionando completamente dentro de la guerrera. Todo lo que Xena podía
hacer era elevarse más y abrir más las piernas mientras gemía de
placer. Manteniéndose así, las
manos de Gabrielle empezaron a recorrer el cuerpo de Xena, hacia abajo
por el exterior de sus piernas, hacia arriba por sus costados, luego
volviendo a sus caderas y luego por debajo, sintiendo las curvas firmes
antes de volver a viajar por músculos y suave piel. Xena era simple
poder y gracia armonizados, preparados solamente para que la reina los
tomase. Los ojos de Gabrielle nunca dejaron los de la guerrera cuando su
mano fue hacia su cadera y retrocedió de nuevo, lenta y
deliberadamente, saliendo del cuerpo de la guerrera excepto por la punta
del cuero. Xena se aferró a los postes encima de su cabeza con fuerza y
suplicándole más a la reina. Con una pausa, Gabrielle
revisó la guerrera, moviéndose de los ojos azules a los prendedores
dorados, a los oscuros rizos y hacia arriba de nuevo. Presionando hacia
delante lentamente, la reina miró cómo el cuerpo de Xena temblaba por
la presión y el placer. Cuando sus caderas finalmente descansaron
contra la parte interior de las piernas de Xena, llenando a la guerrera,
Gabrielle se movió. Lentamente, el cuerpo de la reina descendió hasta
casi cubrir el de Xena. Con las manos en la cama, a cada lado del cuerpo
de la guerrera, el vientre de Gabrielle presionaba contra el de Xena
mientras la reina se aguantaba justo encima de su guerrera. El cabello
dorado caía a ambos lados de la cara de Gabrielle mientras sus ojos ardían
en los de Xena. Con un ligero empuje de sus caderas para penetrar más
en la guerrera, la voz de Gabrielle se derritió y cayó sobre Xena. ¾¿Te gusta? Con un vigoroso
movimiento de cabeza, Xena respondió. Gabrielle sonrió hacia ella. ¾Sí, sabía que te gustaría... La sonrisa de la reina
desapareció con un ligero movimiento de sus caderas, presionando. Xena
nunca había visto a Gabrielle tan... intensa. La reina estaba
completamente concentrada en ella, los músculos de sus brazos sosteniéndola
con facilidad mientras se acomodaba entre las piernas de Xena. Gabrielle
humedeció sus labios y se movió un poco, penetrándola aún más,
demostrándole a Xena cuánto necesitaba aquello realmente. Levantando
una de sus manos, Gabrielle dejó que sus dedos tocasen suavemente uno
de los prendedores dorados en los pezones de Xena. Ésta aspiró con
fuerza y aguantó el aire al ver a Gabrielle acercarse, hasta que sus
labios estuvieron justo encima de su pezón, su aliento cálido cayendo
sobre su cuerpo en oleadas. Mirando la cara de la guerrera, la reina rápidamente
abrió el broche y cubrió completamente el pezón de la guerrera con su
boca, chupando con fuerza la sensibilizada piel. ¾¡Dioses! Xena no pudo evitar
gritar mientras su cabeza bajaba de nuevo hasta las almohadas y sus
nudillos se volvían blancos de la fuerza que empleó sobre los postes.
Lo que Xena sentía era una imposible combinación de sensaciones, la
liberación del clip, el calor de la boca de Gabrielle, la pura
intensidad que inundaba su cuerpo. Casi era demasiado. Cuando sintió la
boca de la reina retirarse de su pezón, gruñó por la perdida. Pero
entonces gimió de nuevo cuando Gabrielle abrió el otro broche y la cálida
boca de la reina lamió sobre ella, clamando su pecho. Xena se preguntó
si tal vez podría dejar de respirar y simplemente existir en algún
lugar sin tiempo con Gabrielle, flotando y sintiéndose así. Luego volvió al aquí y
al ahora, cuando Gabrielle movió las caderas de nuevo. Abriendo los
ojos, miró la cara de la reina y sencillamente se sumergió en su
verde. Respirando hondo, Xena sintió a Gabrielle retirarse lenta y
completamente hasta que sólo la punta quedaba dentro, una vez más. Con
una rápida mirada hacia abajo y levantándose un poco, Gabrielle vio el
brillo de la humedad en el cuero y miró de nuevo a Xena con un fuego
casi primario en sus ojos. Sosteniéndose por encima de ella, la voz de
la reina era profundamente exigente. ¾Suplica. Xena tragó saliva. Si
alguna vez había necesitado suplicar, era ahora. Podía ver que
Gabrielle estaba a punto de darle todo lo que quisiera si ella lo pedía.
La mayor parte de su cuerpo quería con muchas ganas suplicar a la
reina...y una pequeña parte quería dominarla. Una vez más, se veía
entre la espada y la pared. Como buena guerrera, Xena decidió
comprometerse. Soltando los postes de la cama, se agarró firmemente a
las caderas de Gabrielle y atrajo a la reina hacia ella mientras gruñía
las palabras. ¾Por favor... Bajó las caderas de
Gabrielle y de repente, Xena se encontró deliciosamente llena. Gimió
ante la sensación del peso de Gabrielle entre sus piernas. Había algo
muy intenso en esa sensación, como si Gabrielle encajara perfectamente
en un lugar que había sido reservado solo para ella. Xena sabía que lo
que hubiese podido tener antes era... inadecuado. Ahora, no obstante, lo
tenía todo. Con los pulgares enganchados al cinturón de cuero en la
cintura de la reina, las manos de Xena se deslizaron alrededor de
Gabrielle hasta que se posaron sobre sus curvas firmes, tirando de la
reina hacia su cuerpo. Los ojos azules
centellearon cuando la guerrera vio a Gabrielle levantar las cejas.
Obviamente, la reina no se esperaba esto. Pero, por otro lado, no estaba
del todo sorprendida. Al fin y al cabo, había llevado a Xena más allá
de todo lo razonable. Si acaso, lo raro era que la guerrera hubiese
aguantado tanto en cautividad. Bajando su cuerpo lentamente, Gabrielle
pasó sus brazos por debajo de los de Xena y sus manos la agarraron por
los hombros. Incorporándose un poco, Gabrielle acercó su cara a pocos
centímetros de la de Xena y dejó que sus labios casi la tocasen. Aún
no estaba lista para darse por vencida. ¾Así que... La reina susurró
mientras se retiraba un poco, sus ojos firmemente centrados en Xena. Con
un increíblemente lento y sensual giro de sus caderas, Gabrielle le
sonrió. ¾¿Quieres ser reina ahora, hmm? Después de la pregunta,
Gabrielle presionó sus caderas y se aseguró de que el cuero penetrara
por completo a la guerrera, sonriendo cuando sintió las manos de Xena
agarrarla con más fuerza. Subiendo un poco, Gabrielle dejó que su
lengua pasara rozando los labios de la guerrera antes de hacer
retroceder sus caderas. Con un empuje rápido, la reina presionó el
cuero contra Xena, la humedad de la guerrera facilitándolo
notablemente. Xena inhaló al sentir la plenitud y luego notó que
Gabrielle presionaba lentamente contra ella. Acercándose, Gabrielle dejó
que sus labios se deslizaran hasta el cuello de Xena, y mordió
ligeramente donde latía su pulso. Con la respiración cálida de la
reina en su cuello, Xena oyó las suaves y firmes palabras de Gabrielle. ¾Porque si es así... Otro creciente y gutural
sonido surgió de Xena cuando el cuero se movió en su interior, haciéndola
gemir y presionarse contra las curvas de Gabrielle. Desplazando su
atención, Gabrielle dejó que una de sus manos se deslizara bajo el
muslo de la guerrera y, asiéndolo suavemente, tiró de su pierna un
poco más, hacia arriba, y la colocó contra su costado. Utilizando de
nuevo sus dientes sobre el cuello de Xena, Gabrielle se aseguró de
trazar su presencia en él, mientras sus caderas se elevaban, deslizando
ligeramente el cuero hacia el exterior. Sonrió en el cuello de la
guerrera cuando sintió que, esta vez sin ninguna ayuda, su otra pierna
se elevaba y la rodeaba. Al mismo tiempo que presionaba de nuevo, siguió
hablando. ¾...estaré encantada de dejarte. Ayudándose con los
pies, Gabrielle desplazó su cuerpo y se abrió camino hasta que sus
labios estuvieron justo sobre los de Xena. Entrecerrando los ojos hacia
ella, quien permanecía mirándola con total y completa lujuria, la
reina dejó escapar un leve gemido antes de besar a Xena violentamente.
Su lengua se lanzó contra la boca de ésta como una vez, no hacía
mucho, le había demandado. Cuando Xena se encontraba ya sin aliento,
Gabrielle se retiró y la miró. La reina comenzó a balancearse
entonces entre las piernas de la guerrera, y el cuero a moverse en su
interior con una sutil presión. Casi susurrando, Gabrielle dijo en voz
baja. ¾Pero tú no quieres eso, ¿verdad? Xena volvió a mirar a
Gabrielle mientras dejaba escapar un sordo gemido, provocado por lo que
la reina le estaba haciendo. Sus manos y brazos se habían desplazado
por la espalda de Gabrielle, rodeándola, con las piernas arqueadas y
los pies completamente fuera de la cama. Estaba tan dispuesta y tan
anhelante que ni siquiera podía hablar. Su cuerpo ansiaba ser liberado,
desde hacía mucho. La idea de Gabrielle poseyéndola de ese modo le
provocó un estremecimiento que la recorrió de arriba abajo, haciéndola
mirar al interior de sus verdes ojos. La reina le devolvió la mirada
con amor y afecto... y deseo. Estaba claro que Gabrielle estaba tan
metida en esto como ella y esa idea complacía a Xena hasta extremos
inimaginables. Lo único que Xena se vio capaz de hacer fue mostrar su
rendición a través de sus ojos, y negar con la cabeza. Gabrielle siguió
balanceándose lentamente contra la guerrera, consciente de que estaba
presionándola y llenándola cada vez. Podía sentir humedad contra la
parte superior de sus muslos, la suya o la de Xena, no lo sabía. La
zona del cinturón de la que prendía la pieza de cuero se presionaba
también contra ella, el suave ante la rozaba, de forma que cuando se
movía hacia la guerrera, lo sentía en sus zonas más sensibles. Y por
supuesto también lo hacía sobre las de la guerrera. Aunque ésta era
una experiencia nueva para Gabrielle, no le costó demasiado darse
cuenta de que a Xena realmente le gustaba lo que estaba haciendo, si la
cantidad de líquido que sentía y lo fácilmente que el cuero se
deslizaba en su interior eran un indicador fiable. Gabrielle simplemente
se dejaba guiar por unos instintos que, hasta ese momento, nunca le había
fallado a la hora de asegurar la satisfacción de la guerrera. Bajando la cabeza,
Gabrielle encontró la oreja de Xena y la besó mientras sus caderas
continuaban balanceándose, elevándose y descendiendo apenas. Xena
respiraba con profundidad ante el increíblemente dulce y completamente
ardiente modo en que la reina le estaba haciendo el amor. Ese pedazo de
cuero no podía compararse a ningún hombre, ni de lejos. Ese suave y rígido
pedazo de cuero eran los dedos de Gabrielle, su lengua, sus caderas, sus
labios y su boca, y cada una de las maravillosas partes del cuerpo de la
reina. Gabrielle era una mujer, una mujer que sabía exactamente cómo
amar a otra, cómo amar a Xena. Dioses, la guerrera se sentía dichosa
de haberla encontrado. Entonces sintió un susurro junto a su oído. ¾Eres tan increíble, Xena... Xena cerró los ojos y
se sujetó aún con más fuerza al cuerpo de Gabrielle, sus cuerpos moviéndose
juntos contra las sábanas. La sensación del cuerpo de la reina sobre
el suyo, los besos sobre su cuello y su oído y todo lo demás, todo,
era tan intenso... Con cada una de las acometidas de Gabrielle hacia su
interior, Xena dejaba escapar un suspiro, y el calor de sus cuerpos
comenzaba a cubrir su piel de sudor. ¾Tan cálida... Con un beso en su oído,
Gabrielle cerró los ojos y se dejó llevar por lo que sentía mientras
aumentaba un poco el ritmo, agarrándose fuerte con las manos a los
hombros de Xena. La guerrera emitió una mezcla de quejido y gemido ante
la sensación de lleno entre sus piernas. ¾Adoro tu sonido... Xena sintió a Gabrielle
morderle ligeramente el cuello y tiró de la reina con fuerza, más
hacia ella. Enlazando sus piernas alrededor de la esbelta cintura de
Gabrielle, Xena arqueó ligeramente su cuerpo mientras el cuero seguía
moviéndose dentro de ella, y el cuerpo de la reina sobre ella.
Gabrielle gimió quedamente en su oído ante la delicada y perfecta
fricción que se producía en ella como consecuencia del movimiento.
Aspirando profundamente, la reina dejó que sus labios descansaran sobre
el oído de la guerrera. ¾Me haces sentir... Gabrielle gimió de
nuevo cuando las propias caderas de Xena comenzaron a mover a ambas un
poco más aprisa, y sus piernas elevaron aún más a la reina. La
respiración de la guerrera se aceleraba junto con su movimiento, y sus
músculos se empleaban eficientemente con el cuerpo de la reina para
encontrar el ritmo perfecto. ¾Oh Dioses, Xena... me haces sentir taaaan bien... Gabrielle jadeó esas
palabras mientras el cuero seguía rozándola. Elevando un brazo,
Gabrielle se agarró a uno de los postes del cabecero de la cama y
utilizó el apoyo para moverse contra y en el interior de la guerrera.
Todo aquello se estaba volviendo totalmente ardiente y demasiado bueno. ¾Eres tan... Las palabras de la reina
quedaron ahogadas cuando Xena giró la cabeza y capturó los labios de
Gabrielle con los suyos, besándola con esa increíble y lujuriosa
intensidad guerrera a la que Gabrielle simplemente no podía resistirse.
Ambas se movieron la una contra la otra, sus lenguas y labios luchando
por ganar terreno como si su vida dependiese de ese contacto. Cuando los
labios de Xena se apartaron finalmente de los de Gabrielle, la guerrera
se dirigió hacia ella con voz áspera. ¾Hablas demasiado... Gabrielle se habría reído
si Xena no le hubiese urgido para que aumentase el ritmo, las manos de
la guerrera descendiendo hasta la parte baja de la espalda de la reina,
pidiéndole más. Y entonces Gabrielle sí se empleó a fondo,
deslizando su cuerpo y presionando contra Xena. Los gemidos de la
guerrera se volvieron más fuertes cuando la reina introdujo el cuero en
su interior sin ningún miramiento, reforzando el movimiento de sus
caderas con sus propios jadeos. Xena encontró los ojos de Gabrielle y
ambas miradas se unieron, y sus labios empezaron a tocarse mientras se
movían. En ese momento, el mundo podría haberse desvanecido en una
bocanada de humo y ninguna de ellas lo habría notado. La cama se movía
con cada acometida, la seda se deslizaba bajo la espalda de Xena y
contra las piernas de Gabrielle. Reina y guerrera se amaban sin límites. Los ojos de Xena se
oscurecieron al oír a Gabrielle. Conocía los sonidos que emitía su
amante cuando estaba a punto de dejarse llevar. Los suaves gemidos de la
reina contra sus labios se estaban volviendo más rápidos, más
fuertes. Al centrar su atención en los ojos de Gabrielle, encontró una
mirada que conocía muy bien. Verde y dorado se fundieron cuando
Gabrielle se desligó de la realidad y luchó por mantener los ojos
abiertos, mientras su cuerpo aumentaba la velocidad. Parecía que después
de todo, Xena iba a ser sobrepasada por su reina. Si no hubiera sido por
un leve movimiento y la perfecta combinación entre pausa y presión que
realizó Gabrielle en el último momento, eso es lo que habría
ocurrido. Lo que consiguió sin embargo fue hacer a Xena completamente
consciente de la fuerza y el deslizamiento del cuero en su interior y su
roce en el exterior. Junto a ello estaba la ardiente y erótica
respiración, el jadeo y el húmedo calor de Gabrielle. Sencillamente,
demasiado para la guerrera. La mano de Xena viajó
entre el cabello de Gabrielle, tiró de ella con fuerza hacia sus labios
y la besó mientras su cuerpo reforzaba la interacción con el cuero.
Entonces fue cuando su mente se vació completamente y todo lo que
permaneció para ella fue esa mujer. Recostando su cabeza sobre las
almohadas, Xena gritó al llegar al clímax, mientras los rítmicos
movimientos de la reina sobre y dentro de ella extendían cada oleada de
placer por todo su cuerpo. Y quedó absolutamente convertida en un millón
de pedazos. Con sus labios y dientes
pegados al cuello de Xena, Gabrielle imitó las convulsiones que se
producían bajo ella, presionando una y otra vez hasta que llegó a
sentir perfectamente la intensidad, sus pechos rozando con los de Xena y
el cuero contra su sensibilizada piel. Eso ya era suficiente para ella,
pero el escuchar aún a Xena jadear con fuerza la puso al límite.
Amortiguándose en la cálida y húmeda piel de la guerrera, la reina
emitió un grito incoherente, el nombre de Xena mezclado con algunas
palabras más y todo ello con una larga serie de gemidos. En aquellos perfectos y
plenamente felices momentos, sus cuerpos y sus corazones no podían
estar más unidos. Xena y Gabrielle dejaron de ser dos, dejaron de
existir por separado. Fue como si su amor combinado las llenase y
formara un todo. Encontrar la otra mitad de sus almas era una cosa, pero
abrazar la felicidad y la belleza de ese descubrimiento era otra muy
diferente. Eso era lo que Xena y Gabrielle llevaban haciendo cada uno de
los días de su vida. Se movieron juntas,
jadeando mientras sus cuerpos se ralentizaban. Las piernas de Xena
fallaron y tuvo que moverlas, estirándolas a ambos lados de Gabrielle.
El pelo largo de la reina cubría su cuello y sus hombros mientras todavía
estrechaba sus labios contra ella, respirando y besando al mismo tiempo.
Con una mano todavía en la parte baja de la espalda de Gabrielle y los
ojos cerrados, Xena elevó la otra y, palpando, se dirigió hasta los
dedos de Gabrielle para arrancarlos de los postes de la cama. Los
entrelazó con los suyos antes de tomar sus manos y hacerlas descansar
al lado de su cabeza. Suspirando, el cuerpo de la guerrera finalmente se
relajó. Gabrielle dio un último
beso al cuello de Xena y luego levantó la barbilla de la guerrera. Xena
presintió la verde mirada sobre ella y abrió los ojos. Allí, mirándola,
estaba el amor de su vida con una de las sonrisas más tiernas y
hermosas que jamás había visto sobre su rostro. Aquella sonrisa y
aquella mirada le decían a la guerrera que el corazón de Gabrielle era
suyo para siempre. Los ojos de Xena se suavizaron dejando aflorar su
propio amor y sonrió también. Era una afirmación, una promesa, paz y
felicidad todo unido. Ninguna de ellas habló
durante un largo rato, demasiado abrumadas, demasiado cansadas,
demasiado. Xena no podría haber descrito con palabras cómo se sentía
o lo que estaba pensando. Se trataba de una inmensa sensación de puro e
intenso sentimiento que se dirigía hacia una hermosa, magnífica y
pasionalmente dulce Reina Amazona. No había palabras para eso, sólo
sentimientos. Dejando sus labios posarse sobre la suavidad de los de
Gabrielle, Xena susurró lo único que entonces sabía a ciencia cierta. ¾Mi Reina. Y así descansaron en un
estado de infinito bienestar, inmóviles, dejando que el alma de cada
una penetrara en la de la otra. La noche había sido larga, gloriosa, y
la experiencia sumamente emocional. Unidas, sólo podían maravillarse
de la cercanía perfecta que compartían, incapaces de encontrar
palabras para definir una dicha tan enorme y completa. Gabrielle todavía cubría
a la guerrera, sus brazos
la apretaron con fuerza cuando descansó su mejilla contra el cuello de
Xena, en el lugar en que latía su pulso. Sus ojos estaban cerrados y
tarareaba en voz muy baja mientras respirable apaciblemente, sintiendo
sobre todas las cosas que había encontrado el refugio más seguro y
confortable que jamás había conocido. Cada vez que la guerrera
respiraba la bardo se sentía más profundamente enamorada, si es que
eso era posible. El brazo de Xena estaba
asegurado alrededor del cuerpo de Gabrielle, sosteniéndola fuertemente
contra ella. Descansando su barbilla sobre la cabeza de la bardo, percibía
sobre su piel la suave respiración de Gabrielle. Sonrió para sí misma
y apretó aquel cuerpo antes de atraer la otra mano, entrelazada con la
de Gabrielle, hasta sus labios. Con un beso suave entre sus dedos, la
guerrera le devolvió aquel amor que tan fácilmente le había sido
entregado. Xena había sido conquistada de buen grado. Esa noche había sido,
cuanto menos, exquisitamente poderosa, pero ante todo Xena había
probado su fe hacia Gabrielle. Se había permitido abandonar el férreo
control que mantenía siempre sobre sí misma y depositar su total
confianza en la bardo. No era que tuviese dudas, sino que nunca había
dejado a nadie llegar tan dentro de su corazón como a Gabrielle. A
veces daba miedo comprobar cuán profundamente amaba a la mujer que tenía
entre sus brazos. La guerrera
se sintió como no se había permitido sentir en mucho tiempo,
vulnerable. Lo más sorprendente era que no le dañaba sentirse así, y
sabía que era porque Gabrielle la amaba de un modo tan dulce como sólo
la bardo sabía. Ella había dejado entrar a Gabrielle sin
condiciones y confiado en ella sin límites. Ciertamente aquello...
aquello era la autentica libertad. Sus azules ojos
centellearon cuando sintió a Gabrielle moverse, cruzar los brazos sobre
su pecho y colocar su barbilla sobre las manos, sonriendo a la guerrera.
El pelo dorado de la bardo estaba alborotado, y
mechones de un rubio claro mezclado con tintes rojizos caían en cascada
sobre sus hombros. Aquella arruga en su nariz afloró cuando rió
y Xena no pudo menos que
rodearla con sus brazos y atraerla fuertemente contra sí. El calor del
cuerpo de su amante la cubrió completamente. Suavizando su mirada, Xena
sonrió y habló en voz baja. ¾Hola... Sintió la ligera risa
de Gabrielle mientras seguía sonriendo. Xena se movió un poco y dejó
que su pie rozara el de Gabrielle. La bardo miró a Xena y casi comenzó
a levantarse mientras se dirigía a ella. ¾Hey, ¿quieres que me retire? La guerrera la agarró con más fuerza y rió sacudiendo la
cabeza. ¾Ni hablar. Te quiero exactamente ahí. Gabrielle se rió y movió
sus caderas un poco, puesto que su vientre todavía descansaba de pleno
contra el de la guerrera. Aspirando profundamente, Gabrielle dejó sus
ojos ser capturados por la azul profundidad y sonrió ligeramente. ¾¿Sabes, Xena? Creo que estoy enamorada de ti. Sintió la profunda y
grave risa de la guerrera bajo su cuerpo mientras le sonreía y llevaba
una de sus manos hasta el pelo de la bardo. Su corazón estaba
completamente preso de la joven mujer que yacía entre sus brazos, y
nunca intentaría liberarlo. Con su habitual voz profunda, Xena levantó
una ceja hacia Gabrielle. ¾Oh, eso crees, ¿eh? ¾Mmmm... Era todo lo que
Gabrielle podía responder. Cerrando los ojos, siguió sonriendo
mientras la mano de Xena se movía por su cuello y sus hombros, tocándolos
y acariciándolos con cuidado. El día de hoy había sido pura
felicidad. La guerrera que yacía bajo ella nunca dejaba de
sorprenderla. Xena le había permitido amarla de un modo que la dejaba
muy vulnerable. Gabrielle sabía que sólo porque Xena confiaba
absolutamente en ella le había cedido el control que estaba
acostumbrada a mantener. Resultaba incluso doloroso para el corazón de
la bardo comprobar cuánto estaba dispuesta a darle Xena. Gabrielle
nunca se aprovecharía de aquella confianza
y aquel amor. En todo caso, lo defendería con su propia vida. Una mano en su cintura
la devolvió a la realidad y Gabrielle abrió los ojos. Xena estaba
sonriendole con una de sus cejas ligeramente levantada y uno de sus
dedos enganchado en el cinturón de cuero. Tirando levemente de él,
Xena elevó su ceja aún más mientras su voz retumbaba de forma simpática. ¾Entonces es ahí donde fueron a parar todos tus dinares, ¿huh? Gabrielle se ruborizó
un poco y sonrió. Oh sí, su... compra. Mordiéndose el labio inferior,
la bardo dejó escapar una risa ahogada y se cubrió los ojos con la
mano. Tenía gracia que sintiera timidez sobre eso ahora, pero así era
Gabrielle. Atisbando entre sus dedos, la bardo captó el centelleo de
los ojos de la guerrera y la sonrisa sobre su cara. Al apartar su mano
sonrió. ¾Bueno, um... ya sabes... no estaba segura de si te gustaría o lo
que pensarías... Asiendo la mano de
Gabrielle con la suya, Xena la elevó y la besó antes de que sus ojos
se pusieran serios. Con voz tranquila, le habló a su amante. ¾Gabrielle, nunca, jamás debes preocuparte de que no me guste algo
que hagas o quieras. Creo que me conoces lo suficiente como para saber
eso. Gabrielle afirmó con la
cabeza, sonriendo de nuevo cuando vio los labios de la guerrera formar
una ligera sonrisa. La guerrera había dicho exactamente lo que ella
necesitaba oír. Por supuesto, era lo que sentía en su corazón, pero
también algo hermoso de escuchar. ¾¿Gabrielle? Los ojos de la bardo
fueron hacia Xena y le prestó total atención. Elevando una de sus
manos, Xena llevó las yemas de sus dedos sobre la cara de Gabrielle,
como memorizando su aspecto en ese momento. Con un susurro, la guerrera
habló. ¾¿Sabes lo mucho que te quiero? Gabrielle continuo
mirando en el interior de ese azul y lo que encontró allí rivalizó
con la profundidad y la claridad del océano. Tragó saliva y afirmó
despacio con la cabeza mientras la mano de Xena se detuvo sobre su
mejilla. Sonriendo suavemente, la guerrera cerró los ojos un segundo y
los abrió de nuevo cabeceando también un poco. Con una gran sonrisa,
habló de nuevo. ¾Bien, porque eso nunca va a cambiar. Estás en mí, bardo. Gabrielle le sonrió
también. Apretando a Xena con fuerza, los ojos verdes de la bardo
centellearon mientras levantaba una de sus doradas cejas y balanceaba la
cabeza ligeramente. ¾Estar en ti, estar sobre ti, dentro de ti... por mi parte no hay
problema. Sintió a Xena reír,
con aquella magnifica risa que la guerrera reservaba sólo para ella.
Tal vez el amor era eso, una oleada de alegría que se extendía y
cosquilleaba de la cabeza a los pies. Eso hizo a Gabrielle querer reír
y llorar al mismo tiempo. Nada se le podía comparar. Gabrielle se movió un
poco y sonrió. Viendo la ceja levantada de Xena, la bardo se sintió
que algo tiraba del cinturón alrededor de su cintura y oyó la suave y
sedosa voz de la guerrera. ¾Esto es ajustable, ¿verdad? Gabrielle cerró los
ojos y sonrió, dejando que su mejilla reposara de nuevo contra el pecho
de la guerrera, abrazando estrechamente a Xena. Con voz soñolienta, la
bardo murmuró contra la piel de su amante. ¾Oh sí... Sintió la risa ahogada
de la guerrera retumbando bajo ella mientras satisfecha se acomodaba
sobre Xena. El amor la inundó mientras ronroneaba y anidaba su cara en
el cuello de la guerrera. ¿Sería posible quedarse allí, simplemente
así, sin moverse, para siempre? La cadenciosa respiración de Xena
estaba empezando a acunarla hacia un lugar de pura calidez, mientras las
manos de la guerrera le acariciaban la espalda. De repente, Gabrielle
recordó. Levantando su cabeza, se encontró a Xena con los ojos
cerrados y una sonrisa en la cara. Uno de sus azules ojos se abrió
despacio y la miró con una ceja ligeramente levantada. ¾¿Xena? ¿Qué pasa con nuestra apuesta? ¿Quién ganó? Haciendo descender su
cabeza, Xena dejó que sus labios besaran suavemente la frente de la
bardo antes de recostarse de nuevo y cerrar los ojos. Agarrando parte de
la sabana de seda, la lanzó a medias sobre sus cuerpos, de forma que su
frescura les produjo una divina sensación sobre su acalorada piel. Sus
brazos rodearon a Gabrielle, estrechándola mientras murmuraba. ¾Diría que ambas hemos ganado, ¿tú no? Gabrielle sonrió y
abrazó a la guerrera. No podía discutir esa afirmación, ¿verdad?
Bueno, técnicamente podría, ¿pero para qué? Había sido Reina por
una noche y realmente, eso era como si le hubiesen entregado el tesoro
Sumerio. Apoyando de nuevo su cabeza en el pecho de Xena, movió sus
caderas ligeramente y sonrió cuando la guerrera murmuró algo
incoherente. Asentándose, ambas se
relajaron en un lugar realmente pacífico, donde sus corazones latían
en sincronía y su respiración llevaba el mismo ritmo tranquilo. Las
velas iluminaban la habitación, perfumada con un aroma de delicadas
flores y especias. La música de la habitación de abajo se había
desvanecido hasta quedar convertida en un leve pieza instrumental,
apenas audible. Atenas estaba empezando a ser una de sus paradas
favoritas, y particularmente esa posada, un lugar donde podían
renovarse y amarse en sus propias condiciones. Pero en realidad, sin
importar dónde estuvieran, Xena y Gabrielle llevaban con ellas sus
lugares y sus momentos. Después de todo, esa vida en particular era
corta y había mucho amor que compartir. ¾¿Xena? La voz de Gabrielle rozó
ligeramente contra el cuello de la guerrera y, flotando lentamente, las
rodeó. ¾¿Hmm? La queda respuesta de
Xena vibró como un trueno distante entre ellas, leve y poderoso. ¾¿Puedo ser yo la esclava ahora? La guerrera exhaló un
suspiró en medio de una risa ahogada mientras se sonreía
maliciosamente y estrechaba a la bardo contra ella. ¾Oh sí... Y así fue. Colofón: Esta historia
fue escrita con la inestimable ayuda (y la inspiración) de ROC en La Búsqueda,
Tangerine Wavelength Fruitopia y la música de Sarah McLachlan -- el CD
"Touch" completo. |